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Mostrando las entradas de julio, 2010

Karla Montalvo

Este sábado vi a Karla. Escribe ensayo, novela, dramaturgia. Tiene el nombre de la mejor amiga de la escuela. Y sí: fue mi mejor amiga durante la beca del FONCA y después de ella. La vi en el lobby del hotel en Veracruz y dije: Ojalá ella me toque como compañera de cuarto. Vi su falta de pose, su transparencia en la mirada, sus modales correctos y sencillos, la sonrisa sin ironías ni incomodidades. Y sí, fue compañera de desvelos, confidencias, lecturas, bromas. Ante la ausencia de Ramírez Heredia, nos unimos más, quebrándonos la cabeza con nuestros proyectos, compartiendo lecturas. Y bromeando con ese sentido del humor tan bobo , como lo describe ella, que compartimos. Después de 5 años de trabajarlas, hemos terminado nuestras novelas. Han sido un mojón importante en nuestras vidas, en nuestros procesos literarios, en nuestros aprendizajes. Este sábado charlamos mucho, reímos. Y lo más bello: cargué un rato a su bello bebé Santiago, y al despedirnos, el manuscrito de su novela, que te

Blanco

Cuando miréis, contentaos con mirar. Si reflexionáis, os situaréis ya fuera del blanco. Tao-ou Llovizna. Las gotas apenas se filtran por los árboles de durazno. Escucho a Yo-Yo Ma y The Silk Road Ensemble con su Silk Road Journeys . Pienso en lo siguiente a trabajar en mis caligrafías . Repaso mis apuntes, mi proyecto. Miro por la ventana. Viajo con la música por la ruta de la seda. Miro, y quiero contententarme con mirar. Quiero situarme dentro del blanco. En el blanco. Y a partir de ahí, escribir como quien se contenta con mirar.

Frutos

Lo sabía: el cambio de aires, clima, vegetación me haría bien. Trabajo. Escribo. Leo. Charlo. Intercambio. Despierto con la ventana desnuda a tapias interminables, con los brazos del durazno ofreciéndome sus frutos aún verdes. Así mis poemas. Verdes. Inacabados. Reposando en su entraña el sol, el oxígeno y todo ese milagro que los hace dulces, rosados, blandos. Maduros. No sé si madurarán. Sé que ya son. Que de las ramas casi desprovistas de follaje y totalmente de flor, han brotado los frutos verdes, menudos, con su peluza dando noticia de vida. Ahí están. Él ya los ha leído, con mi sonrojo, con mi timidez ante quien admiro como editor. Ahora cae la lluvia, suave. Las ramas de los duraznos gotean. Y mis mangas están empapadas, como en Genji .

Modorra

He intentado de todo: escribir a mano, en una libreta, en otra, directamente a la pantalla, en mi mente. Y hay algo que no me permite fluir. Demasiada razón para lo que quiero. Demasiada apacibilidad para un estado de conciencia menos cómodo que requiere la poesía. Por ahora está funcionando esto: escribir en cuanto despierto y abro los ojos. Construir versos en la modorra, dejar que las palabras floten en la duermevela, que se crucen, se acomoden, que se doblen sobre ellas como una sábana al alba, como un pequeño trozo de papel plegándose en origami. Luego tomo la libreta, esa grande, cuadrada, impresa y encuadernada al estilo antiguo de Taller Dittoria, la tinta rojo oscuro. Y escribo.