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Mostrando las entradas de noviembre, 2010

Salir de la oscuridad

Estoy leyendo un libro sobre Samurais. Ahí encontré uno de los mitos fundacionales de Japón. Caí en cuenta que lo que hace que la diosa del sol y de los cielos salga de la cueva donde se ocultó por el miedo al hermano que lo destruía todo, fue una danza obscena que se desarrollaba fuera de la cueva. Ante la curiosidad salió y fue entonces cuando la apresaron para que no se ocultara más y la realidad no permaneciera en tinieblas. Quizá dos de las experiencias humanas que nos son más fuertes y difíciles de explicar son lo sagrado y lo sexual (y por cierto, hay vasos comunicantes muy fuertes ahí, entre ambas experiencias). Es por eso que al escribir siempre vamos tras esas obsesiones. porque son las más lejanas al lenguaje y precisamente las queremos asir, descifrar, decodificar. Así fue que crucé el puente: esa salida de la cueva oscura ante la curiosidad de aquello que nos es misterio.

Lo que me trajo Javier Sicilia

El jueves me reencontré con Javier Sicilia, uno de mis poetas más admirados y cercanos, después de 17 años de no verlo. Un amigo entrañable. Fui a verlo, a escucharlo, a ponernos al tanto, y a entregarle Llama, que en una de sus partes está dedicada a él. Fui el día en que resolví un problema grande e importante. El día en que empecé a respirar de nuevo, después de unos días enferma. Fui, y se resolvió esa paradoja de sentir que al querer aprehender la realidad mediante la palabra se escapaba. Mis Caligrafías volvieron. Y esta mañana me hicieron despertar con un puente entre la primera parte y la segunda. Y lo crucé.

Otro adiós: Helga

El primer trabajo remunerado que tuve fue en la Asociación Sonorense de Artistas Plásticos (ASAP). Editaba un par de revistas (una para pintores y otra para fotógrafos, antes de la era digital, que no hace necesaria esta división) y me encargaba de las relaciones públicas de los agremiados. Ahí traté a Helga Krebbs. Y me prendó: ese aire taciturno de los artistas entonces no iba con ella; era una mujer alegre, vivaz, desenfadada, aguda. Helga y yo nos cruzábamos en los eventos, afuera de su casa (por donde pasaba yo todos los días); y seguimos en contacto por mucho tiempo, porque seguí editando revistas y ella era infaltable. Y aunque nos haga mucha falta, seguirá siendo infaltable. Helga Krebs nos trajo a Sonora una mirada no regional, no ligada a la tierra ni a la cultura. Nos trajo una visión universal, atemporal, onírica. Una voz propia, irónica. Y la amistad generosa, siempre puertas abiertas.