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Mostrando las entradas de 2022

Mariana, 27

Una noche me llegó un mensaje de mi hija Mariana: “Te envié el primer corte de mi tesis, por si quieres verlo y comentamos”. Apagué las luces de donde está mi escritorio, y frente a mí, a pantalla completa, tuve su mundo interno en un collage animado: complejo, herido, contundente, lleno de sutilezas y voz potente, oscuro, lúcido. Sus imágenes y palabras tenían mojoneras claras en las que podía reconocer su trayecto de vida, su voz. Pero también me hizo transitar por parajes inéditos, irreconocibles, sorprendentes, en los que de alguna forma me encontré. Vi a una artista y su alma. Vi su arte con una reflexión profunda sobre los lenguajes de los que abreva y con los que transmite. El privilegio de ver una obra en esa pureza se sumó a otro: el que esa artista es mi hija. Mi hija. Y otro más: que mi hija, ese ser humano y esa artista a la que he visto crecer, me invitara a comentar. Desde que vi sus ojos abiertos al nacer, Mariana ha sido esa invitación, a veces suave y a veces exig

Ceci, 11

Para que Ceci llegara a este planeta se requirieron muchos sí. Sucesivos, aislados. Todos conscientes, abrazados, llenos de un impulso incontenible hacia adelante. Y ella parece esa suma de todos esos sí. Observa la vida a detalle, compasiva de todo lo que existe en ella. Acaricia como si el misterio del universo viniera a decirte que eres alguien significante en ese caos e inmensidad. Agradece siempre, hasta por los pequeños esfuerzos, y aquellos otros que parecen fallidos, como los gatos y letras de colores que hoy intenté pegar en la puerta de la alacena deseándole feliz cumpleaños —no tenían la belleza que ella merece ni la eficacia que la ocasión ameritaba, pero ella me dijo “sé que te esforzaste y que lo hiciste con mucho amor”. Sonríe por las mañanas, cuando se va a dormir, cuando tiene un logro o un yerro, cuando la vida parece adversa y cuando fluye simple o incluso resplandeciente, aunque esté cansada, aunque esté triste, sonríe tan fácilmente, tan luminosa, como un

La representación del cuerpo perfomático en la danza, antes, durante y después de la pandemia*

  Foto: Gerardo Castillo La danza se había instalado en ese lugar en el que exploraba la mediación con la tecnología, en el que se preguntaba el sentido del cuerpo y el dispositivo, en el que extendía sus tentáculos en la transdisiciplina y la danza expandida, en que interrumpía el movimiento continuo como un acto político y un cuestionamiento al consumo voraz de un sistema capitalista, en el que mutaba de cuerpo ejecutante a cuerpo sintiente y expresivo. Con la llegada de la pandemia y el abrupto confinamiento, todas esas reflexiones desde el cuerpo fueron expulsadas de un campo de la razón, crítica e investigación al espacio del confinamiento, la inmovilización forzada, la mediatización tecnológica como último reducto para la expresión dancística. Antes de que la danza fuera esa disciplina normada bajo los estatutos de belleza dictados por la Real Academia de la Música y Danza en 1661, tuvo vidas muy distintas: formó parte de ceremonias fúnebres, sagradas y profanas; y después de la

Los duelos de migrantes

En  Vuelo nocturno  de Antoine de Saint-Exupéry, el narrador menciona que con cada piloto que muere dentro del grupo de aviadores que vuelan para trazar las rutas aeronáuticas por la zona andina, la memoria de lo compartido también se extingue. ¿Qué sucede con la memoria que no puede compartirse? ¿Qué sucede cuando muere la última persona que compartía contigo esos recuerdos? Muere la posibilidad de recordar. Muere la memoria.  Esta premisa viene a mi mente cuando pienso en mi experiencia como migrante equiparándolo a un duelo. No solo duele alejarse del terruño; duele alejarse de quienes comparten contigo ese terruño, esa experiencia y esa memoria.  Hace once años me mudé del desierto de Sonora a la Ciudad de México, que alguna vez fue lacustre, y que está ceñida en su crecimiento monstruoso entre dos volcanes: el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl. Cambié mi tierra yerma con veranos cercanos a los 50ºC por una zona boscosa y lluviosa.  He perdido mi desierto. Sí. Esa luz inclemente que p

Enrique Salgado

Murió Jesús Enrique Salgado Bojórquez. Y vengo a recordar el cariño y admiración que le he profesado, para que el silencio de sus últimos años —por una condición médica— no abone al olvido. Enrique fue empresario, y también un movilizador de ideas, un lazo entre mentes que debían dialogar, un curioso de la historia, cultura, pensamiento, filosofía, un amante del desierto. Siempre pies a tierra. Si se interesaba por el legado del Padre Francisco Eusebio Kino, no solo leía y estudiaba, sino que organizaba cabalgatas para seguir sus rutas en las tierras yermas de Sonora. Si leía la revista Vuelta y con especial interés a Gabriel Zaíd, no solo guardaba la revista en su librero: iba y se sentaba con Gabriel Zaid para hablar e intercambiar. Era un conversador brillante, sin poses ni rebuscamientos, abierto y lleno de sentido del humor. Enrique leía a Góngora, y era capaz de recitarlo con su fuerte acento sonorense. Leía a Teillhard de Chardin, y se preocupaba por su comunidad. En su juventud

De los pañales al borramiento

Dos veces he sido madre, dos veces he sufrido depresión posparto y en ambas ocasiones desconocí que me estaba sucediendo a mí.  Sí, había síntomas: llantos repentinos y copiosos, sin una razón clara; una especie de adormecimiento mental que me provocaba lagunas en la memoria, en el hilo de la reflexión e incluso para encontrar palabras. Pero ¿es eso depresión posparto?, me preguntaba, y me explicaba convincentemente que era la explosión de hormonas que se detonan para dar a a luz y la otra bomba posterior para generar leche y volver a ser un cuerpo que ya no está en plena gestación. Una de mis depresiones posparto duró un año; la otra, es posible que se haya alargado hasta los cuatro o cinco años de mi pequeña. Por lo general, se habla de este tipo de depresión como una circunstancia encapsulada, con un inicio y una fecha de término; pocas veces he visto que se analice como el posible fertilizante para empeorar las circunstancias adversas que generan más depresión. Según  estudios de l

Maternidad: mi nudo gordiano de octubre

En la sala de auscultación del consultorio de mi ginecóloga, me preguntó, casi en  secreto: “Bueno, ahora que nos quedamos solas, te pregunto, ¿qué preferirías? ¿Tener una hija libra o una escorpión?” La  pregunta me hizo mucha gracia. Mi primera hija tenía casi 16 años y es signo Escorpión. Mi segundo embarazo estaría a término justo alrededor del cumpleaños de mi primogénita y justo, también, en los linderos entre Libra y Escorpio. Elegí Libra, para variar. Así mis dos hijas nacieron en octubre, 19 y 25 de octubre, una de parto natural y otra, cesárea.  El mes de octubre, en muchos sentidos, le ha dado sentido a mi vida. Celebro el cumpleaños de mi padre; y así como me ha traído la vida de mis dos hijas, también es la ocasión para conmemorar lo indeseado e inesperado: la muerte de mi madre. Octubre es un nudo gordiano, grande y brillante como sus lunas. A menudo he pensado que es el oráculo de mi vida. Mis progenitores con su vida y muerte, como cabo y rabo de ese cordón anudado en m

La deslegitimación de las mujeres en el sistema de salud

Era el fin de invierno de 1990. Acompañé a mi madre con su doctor, porque tenía episodios de fiebre, una sensación de enfermedad general en el cuerpo y unas ojeras oscuras y profundas.  Al salir de la consulta, el doctor la acompañó hasta la sala de espera, y ahí a bocajarro y displicente, lanzó su diagnóstico lapidario: “Ya deben aceptar que tu madre tiene depresión y, después de años deprimida, también es hipocondriaca”. Salimos en silencio de ahí. Recuerdo el rostro apenado de mi madre. Ella no estaba satisfecha, intuía que había algo más; sin embargo, se sentía avergonzada, como si mintiera a la familia o a ella misma. El doctor ya había fijado la etiqueta desde su superioridad: hipocondría, depresión.  Meses después, mi madre tuvo un accidente automovilístico; se realizó estudios para descartar golpes internos, y eso que ella sentía reptar por dentro de su cuerpo, invadirla, intoxicarla, estaba ahí con toda la claridad de la resonancia magnética: un enorme tumor en el riñón, y un