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Mostrando las entradas de febrero, 2013

28feb

Ya no es la partida y el nunca. El viento loco de febrero. La tragedia. El vértigo ante la nada y la vida. El vértigo ante uno. Es la llegada para siempre. El viento, el sol, el frío o el calor de febrero sobre la hamaca compartida. Un inicio. El equilibrio de todo. El equilibrio de uno. Feliz aniversario de los dos.

Manuel, Aurora y Barcelona nimbada

Manuel y Aurora regresan a México. Los veré en algún momento durante su enlace entre Barcelona y Hermosillo. Se marchan de la ciudad que les vino como anillo al dedo y regresan a su tierra, con esa sensación de vacío, de miedo, de un tiempo que se ha revolucionado fuera pero que se ha detenido en el terruño. Ahí todo ha cambiado y los que regresan se sienten sobre un cero inmóvil, desconfiado, incómodo. Yo me siento feliz de que hayan podido estar allá, que hayan estado juntos, me siento feliz de que regresen, de verlos. Me siento feliz que vean la ciudad nevada antes de partir.

Ella

Todos los días pienso en ella. Todos los días la veo y algo más se añade en mi perspectiva de su mundo. Todos los días pienso en cada uno de los caminos y lenguajes para percibirla y hacer que la perciban. Todos, pero todos los días pienso en sus cigarros y sus libretas. En su trabajo para blindarse de la realidad. Y quisiera poder emprender esa perspectiva, esos caminos, esos lenguajes; emprender la escritura, aunque sea para blindarme de la realidad. Pero si la realidad no tiene nada que pedirle a la ficción, si mis días están tan llenos que no merecen dedicar una hora o dos a otra realidad, no sé cómo, simplemente no sé cómo le haré para escribir.
Hoy él regresa. Y entonces dejaré de tener pesadillas por las noches, y podré compartir el café de la mañana, y podremos hablar de todo eso de lo que tengo imágenes pero no tantas palabras. Hoy él  dejará la nieve, las colas para conseguir un café y podrá ver y escuchar a los niños que también lo extrañan. Fotos: Jaime Soler 

Retos con empujoncito

Pues por más que quisiera retarme y responder, nada más mi organismo no daba de sí. Así que un buen día fui a una de esas farmacias donde venden vitaminas para todo. Y tomé un frasco gigante: Omega3. Bueno para la memoria, equilibrio químico del cerebro, concentración, piel; para paliar la depresión, la menopausia; provee de antioxidantes, energéticos, proteínas no contenidas en alimentos... Y mi cuerpo empieza a responder, también mi cabeza que flotaba en un limbo.

Juan de Dios Peza

Cada vez que una supervisora de la Secretaría de Educación iba al colegio, las monjas nos hacían recitar interminables poemas de Juan de Dios Peza, que hablaban con cándidas rimas de los dramas más brutales sobre niños, madres, ancianos abandonados... Debíamos aprender cada verso y tener la mayor sincronía en los ademanes pues, las monjas nos aseguraban, esas supervisoras venían con toda la saña a querer cerrar al colegio pues la educación religiosa estaba prohibida en México desde que... blablabla. Era un drama casi equiparable a los de Juan de Dios Peza, así que valía la pena memorizar. Juan de Dios Peza era como un tío generoso que salvó mi colegio tantas veces como generaciones habían pasado (y siguieron pasando). Y en años recientes me lo he reencontrado. Por fortuna no he tenido que leerlo más (¡ya no, por favor, por más que nos haya salvado!). Pero haciendo trabajos de corrección me lo topé en un libro sobre un hospicio fundado en el siglo XVIII en México y que sobreviv