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Mostrando las entradas de enero, 2022

De los pañales al borramiento

Dos veces he sido madre, dos veces he sufrido depresión posparto y en ambas ocasiones desconocí que me estaba sucediendo a mí.  Sí, había síntomas: llantos repentinos y copiosos, sin una razón clara; una especie de adormecimiento mental que me provocaba lagunas en la memoria, en el hilo de la reflexión e incluso para encontrar palabras. Pero ¿es eso depresión posparto?, me preguntaba, y me explicaba convincentemente que era la explosión de hormonas que se detonan para dar a a luz y la otra bomba posterior para generar leche y volver a ser un cuerpo que ya no está en plena gestación. Una de mis depresiones posparto duró un año; la otra, es posible que se haya alargado hasta los cuatro o cinco años de mi pequeña. Por lo general, se habla de este tipo de depresión como una circunstancia encapsulada, con un inicio y una fecha de término; pocas veces he visto que se analice como el posible fertilizante para empeorar las circunstancias adversas que generan más depresión. Según  estudios de l

Maternidad: mi nudo gordiano de octubre

En la sala de auscultación del consultorio de mi ginecóloga, me preguntó, casi en  secreto: “Bueno, ahora que nos quedamos solas, te pregunto, ¿qué preferirías? ¿Tener una hija libra o una escorpión?” La  pregunta me hizo mucha gracia. Mi primera hija tenía casi 16 años y es signo Escorpión. Mi segundo embarazo estaría a término justo alrededor del cumpleaños de mi primogénita y justo, también, en los linderos entre Libra y Escorpio. Elegí Libra, para variar. Así mis dos hijas nacieron en octubre, 19 y 25 de octubre, una de parto natural y otra, cesárea.  El mes de octubre, en muchos sentidos, le ha dado sentido a mi vida. Celebro el cumpleaños de mi padre; y así como me ha traído la vida de mis dos hijas, también es la ocasión para conmemorar lo indeseado e inesperado: la muerte de mi madre. Octubre es un nudo gordiano, grande y brillante como sus lunas. A menudo he pensado que es el oráculo de mi vida. Mis progenitores con su vida y muerte, como cabo y rabo de ese cordón anudado en m

La deslegitimación de las mujeres en el sistema de salud

Era el fin de invierno de 1990. Acompañé a mi madre con su doctor, porque tenía episodios de fiebre, una sensación de enfermedad general en el cuerpo y unas ojeras oscuras y profundas.  Al salir de la consulta, el doctor la acompañó hasta la sala de espera, y ahí a bocajarro y displicente, lanzó su diagnóstico lapidario: “Ya deben aceptar que tu madre tiene depresión y, después de años deprimida, también es hipocondriaca”. Salimos en silencio de ahí. Recuerdo el rostro apenado de mi madre. Ella no estaba satisfecha, intuía que había algo más; sin embargo, se sentía avergonzada, como si mintiera a la familia o a ella misma. El doctor ya había fijado la etiqueta desde su superioridad: hipocondría, depresión.  Meses después, mi madre tuvo un accidente automovilístico; se realizó estudios para descartar golpes internos, y eso que ella sentía reptar por dentro de su cuerpo, invadirla, intoxicarla, estaba ahí con toda la claridad de la resonancia magnética: un enorme tumor en el riñón, y un

El regreso a clases, el regreso de donde partimos

Hace días la conversación con mujeres con las que suelo coincidir y a las que admiro se tornó ríspida. En el centro estaba la discusión que parece polarizada entre estar de acuerdo con el regreso a las aulas escolares o no. Me di cuenta de que las posturas ante esa realidad no están en las antípodas ni son excluyentes. En el fondo las premisas que mueven el “sí” y el “no” son las mismas: un llamado a la urgencia de proteger a las infancias, un reclamo al advertir que la niñez no está en el centro de las prioridades de la sociedad, del país, de las políticas públicas. ¿Por qué entonces el tono ríspido entre personas preocupadas por la población infantil? Porque en el corazón de ese diálogo está el miedo, el instinto de supervivencia, la responsabilidad del cuidado, la falta de conciliación entre lo personal y lo comunitario. Y al final de cuentas, porque en el centro de esa discusión está la reflexión desde el centro de lo más privado y personal, que es el entorno familiar, las criatura

Tiempo de lluvias y la utopía del terruño

 A mis hijas Mariana y Cecilia El tiempo de lluvias me dice: No eres de aquí. La luz mate y húmeda; el sonido de la lluvia sobre los árboles, la piedra, los techos; el olor a mojado sobre el cemento, la hierba, las frondas, todo esto es tan ajeno a mi terruño, a ese trozo de tierra al que pertenezco: el desierto de Sonora. Mi desierto. Han pasado diez años desde que llegué a esta ciudad. Y algo en mi cuerpo, en su memoria, sigue diciéndome: no eres de aquí; eres una huésped, una visitante. Esa voz vibrando en mi cuerpo y su temperatura, duele. Porque me llama “extraña” en mi propia casa, porque me llama “extraña” en el acento de mi pequeña hija que nació aquí, que llegó en el capullo de mi entraña, sin memoria de esos primeros meses de gestación en el desierto, bajo el sol calcinante, en el acento atronante de mi tierra, que hoy apenas entiende y a veces le asusta. Esa voz me llama “ajena” en esta tierra que me acoge desde hace diez años; y me pregunto si un día el fuego arrebolado en