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Mostrando las entradas de 2020

Mariana, 25

  Mariana celebra sus 25 años. A mis 25 años yo era su madre. La madre de una bebé con enormes ojos negros que no sonreía, pero parecía venir de otra vida con todo aprendido, con todo claro; y su gesto era ya de impaciente condescendencia. ¿Cuánto tiempo le llevaría el trámite de vivir y empezar la gesta de esta vida, para la cual fue destinada?, parecía preguntar.  Empezó a hablar muy pronto, a pensar muy pronto, a cuestionar muy pronto, a viajar muy pronto, a socializar desde un balcón del departamento desde el cual, a sus prontos dos años, advertía a los clientes de la charcutería de enfrente que eso que el carnicero vendía eran animales muertos. Mariana ha desafiado todos mis miedos, como si siguiera gritando desde aquel balcón: para una madre agorafóbica, una hija viajera; para una madre aprehensiva, una hija libre; para una madre sobreprotectora, una hija independiente; para una madre insegura, una hija bully; para una madre dramática, una hija con humor negro; para una madre dis

Cecilia, 9

Hoy coincidió el cumpleaños de Cecilia con el Día de las Escritoras. Pasamos el día en casa, me tocó estar en la celebración simbólica de su grupo y ayudarle a girar simbólicamente nueve veces alrededor del sol. Me tocó, también, participar en una mesa del Segundo Encuentro de Escritoras y Cuidados.  Y esa coincidencia la considero un regalo misterioso y cómplice de la vida. Me ha sido difícil remontar mi trabajo literario luego de su nacimiento. No solo con ella ha sido así; con Mariana también me ha llevado entre ocho y nueve años retomar el camino a buen trote.  Con Ceci ya había aprendido tanto del lenguaje, de los silencios, de la gratuidad, de la dulzura y la generosidad. Pero durante el confinamiento pandémico me ha dado una clase maestra de paciencia, de imaginación, alegría existencial, compasión, resiliencia.  Antes de estos tiempos distópicos, siempre he tenido miedo: de su bondad, de su consideración hacia los demás, de su alegría profunda por existir y por ser parte de est

Carta a mamá

  (Publicada originalmente como podcast de la Cátedra Gloria Contreras de la UNAM en  https://open.spotify.com/episode/5dl3cHx56JLW38uETPNvLK?si=NLZOs8GsRW6NTj5Tmj3cPQ)   Mamá: La danza me ha salvado en distintos momentos de mi vida. Te parecerá extraño, yo que no bailo, yo que he vivido tan disociada de mi cuerpo. Y ya desde que yo era niña te dabas cuenta. Cuando decidí hacer un alto en el camino, y dejar de lado un oficio con el que me había encontrado en la vida, hasta que acabó devorándola por entero, te dije en mi mente: Tú que eres sabia, ayúdame a encontrar el mejor camino para mí. Y me trajiste a la danza. Porque tú me conoces y sabes.  Cuando me fui adolescente de casa, un poco bajo tu llanto, otro poco bajo tu complicidad y anuencia, dije que me iba por las palabras, mi voz escrita. Y sí: encontré tantos libros, mi voz se derramó como tentáculos que querían aprehender todo lo nuevo que vivía. Pero también hubo mucha soledad, oscuridad, aridez, confusión, miedo. Un ai

Mi perro Trancos

Trancos, le puse. Era un perro color negro azabache, con una pequeña mancha blanca en la punta de la cola. Tenía una forma craneal cuadrada. El nombre viene de El señor de los anillos;  es el nombre que le dan a Aragorn durante el exilio, en su periodo montaraz. Para mí ese perro era noble, inteligente, delicado; todo eso muy escondido detrás de su condición feral. Yo tenía 23 años y, por una obstinación que solo puede sostenerse a esa edad, vivía en el desierto, en una casita en medio de la nada, sin electricidad, con agua solo dos horas al día. Mi padre, preocupado por mí y mi seguridad, me lo regaló. Era bravo. Vaya que sí. Tanto que no se sentía nada cómodo como perro de compañía, y casi de inmediato huyó con una manada de coyotes. De repente lo veía a lo lejos. Era fácil de reconocer por su negritud y cola de punta blanca. Así que mi padre volvió a visitarme con otro regalo: una perra criolla, color marrón, con cierta ascendencia Weimaraner. Le puse Cacao. Ella, en cambio,

Premisas para la alegría y para el desastre

(Publicado originalmente en https://pliegotante.blogspot.com/)  El confinamiento por COVID-19 desde un principio se antojaba una prueba radical en todos los ámbitos. Una prueba de resistencia personal; una prueba a la economía de las familias y los países; una prueba para los sistemas de salud, construidos o derruidos según políticas públicas de cada país; una prueba para una humanidad que ha ido caminando en las certezas que aparentemente da la sociedad de consumo. Es, sobre todo, una prueba a las apariencias.  Como a mí me sucede lo que a la poeta Rosario Castellanos, en cuanto a que “ … el llanto  /  es en mí un mecanismo descompuesto  /  y no lloro en la cámara mortuoria  /  ni en la ocasión sublime ni frente a la catástrofe. /   Lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo /   el último recibo del impuesto predial” (Autorretrato, en  En la tierra de enmedio ), me enfrenté a esta nueva situación como si fuera una catástrofe, así que tuve la calma de trazar tres p

Hermano mayor

Hace 35 años te vimos por última vez. Ese 28 de febrero es un tiempo que se suspendió: tu tiempo, tu edad. Desde entonces te siento aquí, como entonces: un chico de 21 años, con alma de viejo, alma de loco como te decías a ti mismo, con el humor tan cambiante, intenso, con tus tormentas internas que apenas avistábamos pero nunca compartiste. Sigues siendo el hermano mayor, aunque ahora sea mucho mayor que tú en tu último día. ¿Y por qué no sería así? Todavía levanto la cabeza para verte.   Mi hermano Martín, segundo de izquierda a derecha.