El y ella bailan. Abrazados. Lentos. Se tocan como si el otro fuera la persona más frágil. Se acogen como si el otro fuera la persona más protectora. Cierran los ojos. Y sonríen. Cada quien ve en sus párpados pasar la vida. Sonríen como si ambos vieran pasar la misma vida.
Esta danza lleva más de 30 años. ¿No parece a veces un milagro que sus pies se muevan con la misma cadencia? ¿Y que las canciones que bailan tengan recuerdos comunes?
A él le han puesto una fecha límite a su vida. Ella disfruta cada canción.
Los veo y digo: ésta es la imagen quiero recordar.
Don Vicente se ha separado de ese abrazo. Y así lo recuerdo: bailando con sus amores, con sus recuerdos, con una música que nosotros no escuchamos, con su espíritu pleno.
Lo que ando incubando