En días pasados me enteré de manera confusa (no sabía si era cierto o no, pues yo que no uso facebook no encontraba la noticia) de que Miguel Méndez había muerto. Conocí a Miguel a mis 18 años, y desde entonces guardé una amistad y simpatía con él. Muchas charlas, muchos encuentros, muchas colaboraciones. Me impactó no sólo su muerte, sino el silencio alrededor de ella. Me hace tomar más conciencia aún que nuestra obra es nada. Que el trabajo es nada. El nombre es nada. Si a Miguel Méndez se le ignoró la muerte de tal manera, ¿que nos queda a quienes escribimos en el montón? Podemos dejar de escribir y no pasa nada. Podemos dejar de ser y no pasa nada. Que nos quede claro a quienes escribimos. Por el cariño que le profesé, por la amistad que tuvimos, le debía por lo menos un adiós que no le pude dar en persona. Gracias a Javier Munguía por permitirme dárselo en Letrarte .