De la nada, mi garganta estaba totalmente cerrada. Era un sepulcro sellado que no dejaba meter ni sacar aire. La necesidad de respirar me debatía en un resuello agudo. La asfixia hundía sus dedos en mi cuello.
Me levanté del sillón donde había estado viendo la tele. Mi hija me dio un poco de pulpita en el dorso de la mano. Lamí. Y fue entonces cuando el cuerpo se cerró todo.
Caminé, ya casi sin oxígeno en mis pulmones, para abastecerme y sobrevivir por lo menos un segundo más –un segundo más, un segundo más, un segundo.
Mi mente entró a otro estado de conciencia. Se disoció del cuerpo. Tenía una existencia propia, que nada tenía que ver con el cuerpo oprimido. Esa mente veía todo a una velocidad fluida, cándida.
Mira, es un ojal la garganta cuando se cierra. Parece un párpado inferior cerrado sobre el superior. Sellado.
Detrás de mí escucho a mi hija seguirme asustada: mamá, mamá...
Si tan sólo se pudiera abrir.
A mi lado lo siento a él, tocar mi espalda, sin saber qué hacer con su mano en mi espalda. Sin saber qué función tiene mi espalda para hacerme respirar.
Todo está oscuro, sólo veo ese ojal cerrado.
Mi hija solloza. Él respira a jadeos, sin saber qué hacer.
Esto no puede ser así de ridículo, me digo, y mientras los escucho casi sollozar, mi estertor en la tráquea es cada vez más agudo y débil .
Una ambulancia. Ninguno de los dos sabe que las ambulancias se llaman marcando 060.
Ese ojal. ¿No se puede abrir ese ojal oscuro en mi garganta?
Estoy frente a la puerta y no hay a dónde ir. Se me ocurre intentar toser. Tal vez si logro que salga aire, podré introducir algo de oxígeno.
Lo intento. Es ridículo. Eso no es tos. No entra ni sale aire. Él da palmadas suaves a mi espalda. El instinto es ridículo, sí. Sigo tosiendo. Como si los golpecitos fueran una manivela. La cuerda de una cajita que quiere repetir la canción.
Dejo de sentir miedo. Sólo soy un mecanismo intentando toser. Abrir el párpado enclaustrado entre mi garganta y los pulmones.
Hasta que sucede. Respiro, poco a poco. Despierta ese sepulcro, rompiendo su sello.
Y ahora pienso en ese proceso del cuerpo separado de la mente. Y el poder etéreo de la mente sobre un cuerpo lleno de músculos, sangre, huesos, fluidos, órganos en una correspondencia compleja.
Es como el proceso de crear. Hay una experiencia vital, orgánica, durante la creación. Pero también está la supremacía de esa mente que conecta intuitivamente, que ordena potencias, que abre sellos. Hasta que un hilo de oxígeno y luz atraviesa la oscuridad de muerte.
Me levanté del sillón donde había estado viendo la tele. Mi hija me dio un poco de pulpita en el dorso de la mano. Lamí. Y fue entonces cuando el cuerpo se cerró todo.
Caminé, ya casi sin oxígeno en mis pulmones, para abastecerme y sobrevivir por lo menos un segundo más –un segundo más, un segundo más, un segundo.
Mi mente entró a otro estado de conciencia. Se disoció del cuerpo. Tenía una existencia propia, que nada tenía que ver con el cuerpo oprimido. Esa mente veía todo a una velocidad fluida, cándida.
Mira, es un ojal la garganta cuando se cierra. Parece un párpado inferior cerrado sobre el superior. Sellado.
Detrás de mí escucho a mi hija seguirme asustada: mamá, mamá...
Si tan sólo se pudiera abrir.
A mi lado lo siento a él, tocar mi espalda, sin saber qué hacer con su mano en mi espalda. Sin saber qué función tiene mi espalda para hacerme respirar.
Todo está oscuro, sólo veo ese ojal cerrado.
Mi hija solloza. Él respira a jadeos, sin saber qué hacer.
Esto no puede ser así de ridículo, me digo, y mientras los escucho casi sollozar, mi estertor en la tráquea es cada vez más agudo y débil .
Una ambulancia. Ninguno de los dos sabe que las ambulancias se llaman marcando 060.
Ese ojal. ¿No se puede abrir ese ojal oscuro en mi garganta?
Estoy frente a la puerta y no hay a dónde ir. Se me ocurre intentar toser. Tal vez si logro que salga aire, podré introducir algo de oxígeno.
Lo intento. Es ridículo. Eso no es tos. No entra ni sale aire. Él da palmadas suaves a mi espalda. El instinto es ridículo, sí. Sigo tosiendo. Como si los golpecitos fueran una manivela. La cuerda de una cajita que quiere repetir la canción.
Dejo de sentir miedo. Sólo soy un mecanismo intentando toser. Abrir el párpado enclaustrado entre mi garganta y los pulmones.
Hasta que sucede. Respiro, poco a poco. Despierta ese sepulcro, rompiendo su sello.
Y ahora pienso en ese proceso del cuerpo separado de la mente. Y el poder etéreo de la mente sobre un cuerpo lleno de músculos, sangre, huesos, fluidos, órganos en una correspondencia compleja.
Es como el proceso de crear. Hay una experiencia vital, orgánica, durante la creación. Pero también está la supremacía de esa mente que conecta intuitivamente, que ordena potencias, que abre sellos. Hasta que un hilo de oxígeno y luz atraviesa la oscuridad de muerte.
Comentarios
puede durar lo que NO cambia pero solo puede ser lo que se transforma
felicidades y gracias por ser, seguir y estar
respetuosamente L.G.
Saludos y Feliz año, Marian