Hoy me tomé un café con Alba Brenda Méndez, una de las poetas sonorenses que más respeto, para hablar de Llama e invitarla a ser una de mis presentadores. Fue una charla muy agradable en un café que desconocía cerca de palacios. Me pidió que le leyera algunos poemas, que le hablara sobre ellos.
Me gusta cuando la gente que escribe pregunta por la vida, no por los libros que has leído. Me gusta que la gente que escribe se interese por tu mascota y te pregunte por qué está con el veterinario.
A Rabito lo picaron hormigas, y se ha rascado tanto que se hizo una escoriación en la oreja y otra en la patita.
San Pichi, el mismo veterinario que lo salvó del parvovirus, me indicó que debo ponerle este cuello isabelino que lo hace ver más aristócrata todavía, pero también lo hace sentir muy muy muy triste. Debo darle unas pequeñas pastillas que me escupe como un malcriado, aunque me derrite con su mirada de: ¿por qué oprimes mi hocico? ¿por qué me obligas a tragar esto que sabe tan amargo?
Hablo con Alba Brenda de poemas sobre maternidad, enfermedad, desahuciados, contemplación, y pienso en Rabito, su oreja con una herida viva, su pancita picoteada.
Cuando me despido, ella se queda con el libro que escribí. Y yo me voy con mi vida, a cuidar de los míos.
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