Hace tiempo que el 10 de mayo es como trastabillear en un escalón que no había visto.
La vida transcurre de tal manera que me siento una mamá dispersa, distraída, mientras que mi hija me tiene como una mamá aprehensiva, empalagosamente cariñosa. Uniendo ambas percepciones me digo que eso sí: soy la mejor mamá que puedo ser; es decir, aceptable.
Pero llega el 10 de mayo y mis pies pierden piso. ¿Qué diablos hacemos el 10 de mayo? Aunque sea una fecha impuesta, un ardid comercial, ese día quisiera ser una mujer perfectamente peinada (no con mi greña larga llena de rizos), vestida como toda mamá quisiera verte (imagino que un vestido y algún lacito por ahí) y coincidir en una mesa mi madre, Mariana y yo, y ver a mamá sonreír complacida, escucharla hablando con su nieta y presenciar con qué matiz mi hija amaría a su abuela.
Y como esa estampa es imposible, trastabilleo con el escalón: ¿Qué diablos hacemos el 10 de mayo?
La vida transcurre de tal manera que me siento una mamá dispersa, distraída, mientras que mi hija me tiene como una mamá aprehensiva, empalagosamente cariñosa. Uniendo ambas percepciones me digo que eso sí: soy la mejor mamá que puedo ser; es decir, aceptable.
Pero llega el 10 de mayo y mis pies pierden piso. ¿Qué diablos hacemos el 10 de mayo? Aunque sea una fecha impuesta, un ardid comercial, ese día quisiera ser una mujer perfectamente peinada (no con mi greña larga llena de rizos), vestida como toda mamá quisiera verte (imagino que un vestido y algún lacito por ahí) y coincidir en una mesa mi madre, Mariana y yo, y ver a mamá sonreír complacida, escucharla hablando con su nieta y presenciar con qué matiz mi hija amaría a su abuela.
Y como esa estampa es imposible, trastabilleo con el escalón: ¿Qué diablos hacemos el 10 de mayo?
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