Ayer los coches amanecieron cubiertos de ceniza. El popo estuvo despierto por la noche, resollando, rezongando.
Y recordé mi novela Otros tiempos, que fija la señal de huida con una lluvia de hollín rojo.
Es curioso plantear la ceniza como un punto de partida y no de culminación irreversible. Pero lo es, de manera dramática y simbólica, como el Fénix.
La ceniza, aun en la liturgia católica, es renacimiento, a partir de la aniquilación, de la nada.
He tenido que suprimir mucho en mí para reiniciar un camino, en esta tierra de volcanes, de piedra negra, de veranos lluviosos y no calcinantes. Espero que la ceniza sea la señal de que no queda nada más. Y que puedo reiniciar, renacer.
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