Leo el obituario a Lou Reed que Laurie Anderson escribió. Pienso que así me gustaría morir, mirando azorada los árboles. Y así me gustaría que mi pareja viera mi muerte: como parte de la contemplación de la belleza que tiene la vida.
Antes el tema de la muerte me obsesionaba. De niña, deseaba la muerte como una vía de conocimiento: saberlo todo, descubrirlo todo; pero quería volver para contarlo. De adolescente, la muerte era una acosadora insospechada y a la que había que ganar la carrera. Ya como madre, durante la niñez de Mariana, me atormentaba la idea de dejarla sola, no digo ya ante la vida, sino durante mi muerte, mi funeral, el duelo.
Hoy que pienso en el hermoso obituario de Laurie a Lou, me doy cuenta que no tengo ya esos temores. Sólo quisiera conservar esa felicidad de quien contempla la belleza cotidiana en los detalles más nimios; sólo quisiera no hacer sufrir a quienes me aman, y darles paz con mi muerte. Y por mis hijas, no, no temo. Ya no.
Antes el tema de la muerte me obsesionaba. De niña, deseaba la muerte como una vía de conocimiento: saberlo todo, descubrirlo todo; pero quería volver para contarlo. De adolescente, la muerte era una acosadora insospechada y a la que había que ganar la carrera. Ya como madre, durante la niñez de Mariana, me atormentaba la idea de dejarla sola, no digo ya ante la vida, sino durante mi muerte, mi funeral, el duelo.
Hoy que pienso en el hermoso obituario de Laurie a Lou, me doy cuenta que no tengo ya esos temores. Sólo quisiera conservar esa felicidad de quien contempla la belleza cotidiana en los detalles más nimios; sólo quisiera no hacer sufrir a quienes me aman, y darles paz con mi muerte. Y por mis hijas, no, no temo. Ya no.
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