Yo tenía 25 años y ella escasos 17. Si puedo describir la primera impresión de ella es que era una chica ávida de saber, de aprender, de crecer. Preguntaba sobre todas las cosas. No sobre cuál era el comando para poner un acento (ok, recordemos, era 1996); preguntaba cosas profundas, de la vida, de la sociedad, de política. Así conocí a Wendy.
Luego coincidimos cuando yo tenía casi 30. Coincidimos en el trabajo. Yo ya no era su jefa.
Nos recuerdo sentadas sobre una mesa, ella agarrando mi mano, preguntándome sobre mi postura ante el aborto. Ella sabía que yo era creyente, ex estudiante de Teología. Siempre me escuchó. Siempre la escuché. Sus preguntas me interpelaban, me desbalanceaban, me sacaban de esa línea argumental que yo creía tan firme y segura. Pero también me escuchaba con respeto, jugando con mi mano, como si fuera una forma de garabatear en un cuaderno, en su mente, algo que sería histórico casi 20 años después.
Sí. Hoy volví a ver a Wendy, Wendy Briceño, diputada federal de izquierda, presidenta de la Comisión de Igualdad de Género. Subió a dar un discurso en la sesión solemne en el marco de las conmemoraciones del 8 de marzo de San Lázaro. Subió con un pañuelo verde en el puño. Alzó su mirada hacia la butaquería donde aguardaban feministas, activistas, lo que llaman movimiento amplio de mujeres y que hoy fue más que nunca visible. Ahí estaban, con pañuelos verdes desplegados, con banderines triangulares como en un día de feria, festivo, con conciencia de identidad.
Ahí hablando ante el micrófono, estaba esa chica de quien solo he visto congruencia, activismo, lucha, desde que era una adolescente. Con un discurso de altura, profundo, sensible.
La despenalización del aborto ni siquiera fue el centro. Porque no lo es. El centro son los derechos de las mujeres, los derechos que nos han sido negados, invisibilizados, burlados, arrebatados en una cultura profundamente asimétrica, patriarcal, violenta.
Y yo que soy católica, creyente, de verdad profundamente creyente, me sentí representada por esa mujer que hablaba del derecho de las mujeres a decidir, a no ser criminalizadas, a no ser revictimizadas.
Y recordé un discurso de una parlamentaria argentina, que me dejó las cosas muy claras. Existe la libertad de conciencia, pero cuando estás en un espacio de representación no puedes solo representar a tu conciencia. Estás representando a más personas.
Y por lo que tenemos que luchar e ir juntas es por avanzar en los derechos de las demás. Y si alguien duda del derecho a decidir, apelo a que defiendan al derecho de las mujeres a no ser criminalizadas por el hecho de decidir sobre su cuerpo y su futuro.
El discurso hoy de Wendy tuvo esa altura, esa fineza, esa congruencia. Y me siento orgullosa de haberla conocido a sus escasos 17 años y haberla visto crecer en congruencia y compromiso; verla hoy en el Pleno, rodeada de legisladoras con sus pañoletas verdes al cuello, mirando de frente, sin vergüenza, sin esconderse en dobles discursos. Porque no se trata de estar a favor del aborto. Se trata de estar a favor del derecho de decidir. Se trata de estar del lado de las mujeres. Se trata de dar la cara por ellas para no criminalizarlas.
Hoy, de verdad, sentí que empezaba otra historia para las mujeres en México. Y ese ideal que hace tiempo se gestó en Wendy, hoy tiene el espacio y el altavoz y el reflector y el respaldo de muchas mujeres para hacerlo realidad.
Y lo más emocionante. Que esa que estaba ahí arriba, era Wendy. Esa Wendy que conocí cuando tenía 17 años. Qué fortuna.
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