Por la mañana en casa hay silencio. Una luz amarilla en mi habitación. El reloj inclinado para que el on no se haga off. El libro, la vela, el vaso de agua. Mi cama destendida sólo de un lado. El albornoz de felpa para después de la ducha. Y el silencio. Ese silencio que es más silencio cuando corre el agua sobre mi cuerpo. Cuando salgo en pantuflas del baño y me asomo a la habitación de mi hija y ella sigue durmiendo. Silencio cuando pongo el café en la cafetera italiana. Más silencio cuando su chillido y olor irrumpe en la nada.
En mi casa hay un silencio que resguardo y amo. Un silencio que hoy fue interrumpido por un chocar de cuchillas.
Entre las cortinas de la cocina vi unas manos morenas y callosas recortando la bugambilia. Un hombre silbaba tras la ventana. Una mano manipuló la cerradura de la puerta y entró ella, Ana, como cada día desde hace 10 años, para ayudarme a llevar la casa.
Y ese espacio silencioso y solitario que es mi hogar, se fue llenando de sonidos y presencias. Ana acordando conmigo la comida del día. Mi pequeña sobrina Paulina de 6 años que se levantó con su cabello profundamente negro y revuelto, y me dio los buenos días con esa voz tan dulce que ha traído del occidente mexicano. Y volví a la habitación de mi hija, y seguía durmiendo, pero su respiración se levantaba como un sonido claro y nuevo.
Cuando abrí la puerta de casa para marcharme al trabajo, entró el sol con su luz estruendosa; y vi a Ana trayendo un enorme jarrón de bugambilias malvas, y vi al jardinero con su sonrisa blanca quitarse el sombrero, y vi al guardia saludando desde su bicicleta.
Y me di cuenta que esas son las presencias de mi casa, los sonidos de mi casa, las personas que le dan color y sabor a mi casa. A esa casa silenciosa habitada por dos. A esa casa llena de sonidos y de gente que me ayuda a cuidarla y hacerla un lugar bellamente habitable.
En mi casa hay un silencio que resguardo y amo. Un silencio que hoy fue interrumpido por un chocar de cuchillas.
Entre las cortinas de la cocina vi unas manos morenas y callosas recortando la bugambilia. Un hombre silbaba tras la ventana. Una mano manipuló la cerradura de la puerta y entró ella, Ana, como cada día desde hace 10 años, para ayudarme a llevar la casa.
Y ese espacio silencioso y solitario que es mi hogar, se fue llenando de sonidos y presencias. Ana acordando conmigo la comida del día. Mi pequeña sobrina Paulina de 6 años que se levantó con su cabello profundamente negro y revuelto, y me dio los buenos días con esa voz tan dulce que ha traído del occidente mexicano. Y volví a la habitación de mi hija, y seguía durmiendo, pero su respiración se levantaba como un sonido claro y nuevo.
Cuando abrí la puerta de casa para marcharme al trabajo, entró el sol con su luz estruendosa; y vi a Ana trayendo un enorme jarrón de bugambilias malvas, y vi al jardinero con su sonrisa blanca quitarse el sombrero, y vi al guardia saludando desde su bicicleta.
Y me di cuenta que esas son las presencias de mi casa, los sonidos de mi casa, las personas que le dan color y sabor a mi casa. A esa casa silenciosa habitada por dos. A esa casa llena de sonidos y de gente que me ayuda a cuidarla y hacerla un lugar bellamente habitable.
Comentarios
Gracias por compartir.
Te mando un calido abrazo.
Ando escribiendo por dentro. Ya luego lo subo al nido, pues.
Saludos!