La nostalgia es una sombra que se instala desde antes que sea convocada.
Este domingo, en la sesión del taller, me invadió una nostalgia por la próxima partida de Manuel. Ahí estaba él, comentando entre nosotros, charlando, fumando, contándonos los trámites pendientes antes de partir a Barcelona, los contactos, los planes.
Y nosotros hablando de posibles nuevos miembros. Me resisto. Porque no quiero pensar que sustituímos a Manuel.
Manuel y yo hemos estado intermitemente juntos en talleres desde 1991. Muchos años. Muchas anécdotas. Y sobre todo he atestiguado en él un camino paso a paso, siempre con una refinada humildad y con una enorme sed de búsqueda.
Con Manuel comparto un talante que busco en los talleres: no divismos, no sarcasmo, no poder, no excesos, sino una preocupación por el texto y una armonía amistosa en el grupo.
En estos años puedo recordar textos de Manuel, pero lo que más vivo está en la memoria son momentos en que Manuel me ha conmovido hasta las lágrimas por gestos y actos muy de él: humanos, sensibles, generosos.
Manuel es de esas personas en cuya balanza la vida les sale debiendo, y de repente ésta les procura un equilibrio; personas que han dado, han caminado, han producido. Y empiezan a cosechar de tajo.
Por eso Manuel merece todo lo que le está pasando ahora: Barcelona y Aurora. Y merece mejores amigos de lo que somos.
Ay, esta nostalgia...
Este domingo, en la sesión del taller, me invadió una nostalgia por la próxima partida de Manuel. Ahí estaba él, comentando entre nosotros, charlando, fumando, contándonos los trámites pendientes antes de partir a Barcelona, los contactos, los planes.
Y nosotros hablando de posibles nuevos miembros. Me resisto. Porque no quiero pensar que sustituímos a Manuel.
Manuel y yo hemos estado intermitemente juntos en talleres desde 1991. Muchos años. Muchas anécdotas. Y sobre todo he atestiguado en él un camino paso a paso, siempre con una refinada humildad y con una enorme sed de búsqueda.
Con Manuel comparto un talante que busco en los talleres: no divismos, no sarcasmo, no poder, no excesos, sino una preocupación por el texto y una armonía amistosa en el grupo.
En estos años puedo recordar textos de Manuel, pero lo que más vivo está en la memoria son momentos en que Manuel me ha conmovido hasta las lágrimas por gestos y actos muy de él: humanos, sensibles, generosos.
Manuel es de esas personas en cuya balanza la vida les sale debiendo, y de repente ésta les procura un equilibrio; personas que han dado, han caminado, han producido. Y empiezan a cosechar de tajo.
Por eso Manuel merece todo lo que le está pasando ahora: Barcelona y Aurora. Y merece mejores amigos de lo que somos.
Ay, esta nostalgia...
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