En las últimas semanas he estado trabajando en deshacerme. Deshacerme de cosas para deshacerme a mí misma. Tirar lo inútil para desaparecer lo estorboso que hay en mí.
Pues anoche sucedió: encendí mi ordenador y no aparecía ningún documento. Cero textos, cero fotografías, cero videos. Nada.
Me contuve. Era tan fuerte lo que enfrentaba que ni siquiera podía llorar o lamentarlo. Tuve esa sensación que he tenido cuando ha perdido la vida alguien muy cercano. No hay marcha atrás. ¿Por qué resistirse? Sólo hay un segundo adelante. Y ese segundo adelante nos llama a ser sin lo que se ha perdido.
Pensaba: ¿Qué puedo considerar perdido? Por fortuna casi todo lo literario lo tengo respaldado. Pero me dolían en primer lugar las fotos. Fotos de viajes, de encuentros, de épocas, de personas queridas. Eventos escolares de Mariana, vivencias aquí cotidianas, videos breves...
En segundo lugar, me dolía perder esas pequeñas cosas que no recordaba y que podían ser importantes. Alguna carta. Alguna nota que guardé... No lo sé... Pequeñas cosas que uno ni siquiera recuerda en inventario alguno, que uno ni se da cuenta que ha perdido. Pienso que esas son pérdidas grandes. Es perder lo que ya está perdido. Perder una segunda oportunidad de ser. La última.
Buscando aquí y allá, con ayuda de mi amigo Javo, encontré finalmente los documentos. En otras rutas de acceso, en otros rincones de la memoria. Y apareció todo nuevamente. Entonces sí mis lágrimas se tomaron el permiso de derramarse.
Pero yo ya sabía mucho más sobre mí.
Pues anoche sucedió: encendí mi ordenador y no aparecía ningún documento. Cero textos, cero fotografías, cero videos. Nada.
Me contuve. Era tan fuerte lo que enfrentaba que ni siquiera podía llorar o lamentarlo. Tuve esa sensación que he tenido cuando ha perdido la vida alguien muy cercano. No hay marcha atrás. ¿Por qué resistirse? Sólo hay un segundo adelante. Y ese segundo adelante nos llama a ser sin lo que se ha perdido.
Pensaba: ¿Qué puedo considerar perdido? Por fortuna casi todo lo literario lo tengo respaldado. Pero me dolían en primer lugar las fotos. Fotos de viajes, de encuentros, de épocas, de personas queridas. Eventos escolares de Mariana, vivencias aquí cotidianas, videos breves...
En segundo lugar, me dolía perder esas pequeñas cosas que no recordaba y que podían ser importantes. Alguna carta. Alguna nota que guardé... No lo sé... Pequeñas cosas que uno ni siquiera recuerda en inventario alguno, que uno ni se da cuenta que ha perdido. Pienso que esas son pérdidas grandes. Es perder lo que ya está perdido. Perder una segunda oportunidad de ser. La última.
Buscando aquí y allá, con ayuda de mi amigo Javo, encontré finalmente los documentos. En otras rutas de acceso, en otros rincones de la memoria. Y apareció todo nuevamente. Entonces sí mis lágrimas se tomaron el permiso de derramarse.
Pero yo ya sabía mucho más sobre mí.
Comentarios