Cuando en el bachillerato me aplicaron esa batería de tests para descubrir mi orientación "profesional" los resultados fueron frustrantes para los sicólogos: literatura y teología. Ninguna de las dos eran consideradas profesiones en el Tec de Monterrey, así que, al cajón del sastre: Administración de Empresas.
No hice caso, y me metí a Ciencias de la Comunicación. Seguí sin hacer caso, y me cambié de esa carrera a Letras. Insistí en no hacer caso, abandoné Letras y al cabo de unos años la vida me llevó a España donde inicié mis estudios en Teología.
Y esa es mi otra pasión: la teología. Me apasiona ir detrás de un conocimiento que se esfuma, escalar los andamios de la razón para concluir: Dios es misterio. Me apasiona que para tratar de entender a Dios haya tenido que transitar los caminos del griego, latín, alemán, filosofía, epistemología, sicología, historia y, claro, sagradas escrituras. Me apasiona saber a priori que nada de eso me servirá para finalmente rendir razón e intuición ante el Inabarcable.
Estos días estamos reunidas en esta ciudad un grupo de mujeres interesadas en la teología, reflexionando, compartiendo, pensando, intuyendo, dando pasos a tientas, a oscuras, con atisbos de lucidez, duda, alegría. Compartiendo es la clave. Una colegiata es la clave.
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