Mariana celebra sus 25 años. A mis 25 años yo era su madre. La madre de una bebé con enormes ojos negros que no sonreía, pero parecía venir de otra vida con todo aprendido, con todo claro; y su gesto era ya de impaciente condescendencia. ¿Cuánto tiempo le llevaría el trámite de vivir y empezar la gesta de esta vida, para la cual fue destinada?, parecía preguntar.
Empezó a hablar muy pronto, a pensar muy pronto, a cuestionar muy pronto, a viajar muy pronto, a socializar desde un balcón del departamento desde el cual, a sus prontos dos años, advertía a los clientes de la charcutería de enfrente que eso que el carnicero vendía eran animales muertos.
Mariana ha desafiado todos mis miedos, como si siguiera gritando desde aquel balcón: para una madre agorafóbica, una hija viajera; para una madre aprehensiva, una hija libre; para una madre sobreprotectora, una hija independiente; para una madre insegura, una hija bully; para una madre dramática, una hija con humor negro; para una madre disociada de su cuerpo, una hija que hasta en pijamas sabe ser glamorosa; para una madre atrapada en su mente, una hija escaladora; para una madre de cadencia creativa, una hija de creación torrencial; para una madre que calla lo que le molesta, una hija que lo grita; para una madre con el sueño de una familia extensa, una hija que escapa a las convenciones y mandatos; para una madre sonorense, una hija vegana.
Pero hay tantas cosas en las que esos desafíos se amansan y fluyen diáfanos. El amor por los libros, por compartir los procesos creativos, por hablar de nuestros aprendizajes, por las agendas con checklists exigentes, por el orden y los compartimentos, por nuestros perros, por las mujeres artistas y escritoras, por nuestras respectivas amigas (y también por las compartidas), por la astrología y los rumores sobrenaturales, por los motivos de complicidad mutua y exclusiva, por los chistes privados y locales. El amor profundo de una a la otra. Porque qué amor tan inmenso, intenso, dulce, lleno de miedo y orgullo y respeto, lleno de incertidumbre y remansos. Porque ella nació sabiendo. Son otras cosas las que ha venido a vivir. Y me maravilla verlo.
Y eso, lo que sea, se representa en la foto que me envió esta mañana: en lo alto de una montaña, en la Tarahumara, con su bitácora abierta, llena de sus palabras e imágenes, frente a un sol glorioso, que siempre, pase lo que pase, sigue emergiendo en el horizonte.
Feliz cumpleaños, mi amada Mariana. Gracias por estos maravillosos 25 años.
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