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¿Cómo se nos ocurre exigir el derecho a una menstruación digna?

Decenas de agrupaciones de mujeres se unieron en una sola colectiva llamada Menstruación Digna México, para proponer una iniciativa integral sobre gestión menstrual, desde Tasa Cero a productos de higiene menstrual, hasta gratuidad para mujeres en situación de vulnerabilidad. 

En la coyuntura de la discusión de la Ley de Ingresos Federales (LIF), esta colectiva se acercó al Grupo Plural de Igualdad Sustantiva para llevar a la discusión de la Miscelánea Fiscal la posible exención de impuestos a estos productos. 

Esto ya de inicio es extraordinario. Por un lado, la incidencia de la ciudadanía en temas públicos, legislativos y presupuestales; por otro lado, la posibilidad de contar con un grupo articulado de diputadas de diversos grupos parlamentarios, que acuerdan e impulsan desde esa pluralidad avances en la agenda feminista. 

Esta mancuerna fue poderosa y esperanzadora: en pocos días llevaron un tema privado y tabú a la conversación pública.   

Y ahí estuve en vilo, en la noche de la discusión de la LIF siguiendo la discusión como si fuera el mejor capítulo de Borgen (la serie danesa de una Primera Ministra), emocionada escuchando hablar a diputadas sobre la menstruación. 

¿Por qué? Me lo pregunté a las dos de la mañana, que seguía en vela viendo el Canal del Congreso. Porque nadie ha hablado públicamente de la menstruación. Nadie. Los anuncios de compresas femeninas siempre han sido una realidad tan alejada a la verdad como ver anuncios de mamás amamantando en lencería: ahí estaban las chicas de cutis terso y de vientres planos saltando ligeras, con pantalones blancos ajustados, contoneándose, en pleno romance con algún galán imberbe. 

Yo he odiado menstruar. Uy, lo he odiado tanto desde el primer día cuando vi el papel higiénico tintarse de sangre cuando yo era una púber. ¿Estoy enferma? ¿Estoy herida? ¿Hay algo malo en mí? Aunque me habían hablado de la menstruación, muy ligeramente, en la escuela de monjas a la que asistí, nada te prepara para vivirlo en carne propia. 

Lo comenté tímidamente con mi madre. Ella me sentó en el sofá de la sala, y tuvimos La Charla. No me habló tanto de lo que biológica, hormonal y emocionalmente pasaría a partir de entonces. Ella decidió que ya había alcanzado la edad para iniciarme en los secretos de la familia. Si menstruar era abrirme el velo donde me mostraban la vida como la expulsión del paraíso, a partir de ese momento, quizá muy en el fondo, he querido regresar a esa prepubertad. Y por mi oposición a esa pérdida de paraíso, la vida se ha vengado de mí con cólicos tan intensos que durante años me llevaron a vomitar, a desmayarme del dolor, a sufrir baja presión y anemias por la pérdida de hemoglobina, a manchar la ropa porque ni una compresa era suficiente para esa herida, ese mal. 

Las diputadas no hablaron de eso y sus experiencias en el Pleno, pero sí hablaron de estadísticas y condiciones. Por primera vez en la historia de México las mujeres subían (legisladoras y a través de ellas las ciudadanas) a Tribuna para hablar de la menstruación, para decir que, en este país de tantas desigualdades, las mujeres ganamos sólo 79 centavos por cada peso que ganan los hombres, y de estos ingresos mermados, el gasto en productos de gestión menstrual representa el 5% de nuestros egresos anuales.

También explicaron que el costo de los productos de higiene menstrual en grupos vulnerables de mujeres (además más empobrecidas justo por ser mujeres) dificulta el acceso a los mismos, lo cual afecta en temas de salud (riesgos de infecciones vaginales o urogenitales), en deserción escolar y ausentismo laboral por miedo a mancharse, no controlar el sangrado vaginal o temor a ser discriminadas por los olores derivados de la menstruación (esto sin mencionar los síntomas propios de la menstruación: cólicos, inflamación, debilidad, etc.). 

En Twitter #MenstruaciónDignaMx se convirtió en tendencia. Y ese tema del que nadie quiere hablar, de repente había ocupado la conversación pública y, claro, por qué no, también había sido usurpado por los hombres, hasta esos llamados aliados (aprovecho para decirles a ellos que la mejor alianza es escuchar atenta, seria y profundamente, y cuestionarse entre ustedes), que pontificaban de por qué compresas si las copas menstruales son más amigables con el medioambiente, por qué no exigir los artículos de higiene menstrual gratuitamente, o por qué reclamar el privilegio de la exención, o por qué mejor no exigir con ese impuesto la investigación para producir  artículos menstruales más amables con nosotras o el ambiente (también hubo los que nos explicaron cómo usar la copa menstrual, pero a esos los encerramos en un paréntesis) ; y hubo esos que de plano ni siquiera intentan ir con bandera de aliados preguntando: ¿Es neta que están perdiendo el tiempo al hablar de menstruación? ¿Les pagamos para hablar de esa asquerosidad? ¿A quién le importa ese tema? ¿Por qué hablar de menstruación habiendo temas más importantes? 

Entre todos los argumentos presentados, yo tomé uno solo y sigo esgrimiéndolo, porque no es un tema de excepción, o acción afirmativa ni de políticas públicas; es un tema constitucional: este impuesto viola la fracción IV del artículo 31 de la Constitución que garantiza que la contribución de las y los mexicanos sea bajo principios de proporcionalidad y equidad; es decir, es inconstitucional el IVA a productos de gestión menstrual por ser de primera necesidad, por aplicarse a un grupo por su condición biológica (no elegida ni de la que podemos prescindir) y que por lo tanto es discriminatorio. Así de fácil. Es decir, la tasa cero no es un privilegio a exigir, es un derecho a validar. 

Cuando se votó por mayoría la aprobación de la reserva que aplicaba la Tasa Cero, y vi las celebraciones en twitter de las colectivas y las legisladoras, y hasta tuiteé, y apagué la televisión después de ese emocionante capítulo de la serie más feminista que podría encontrar, me dormí. Eran alrededor de las tres de la mañana. A las seis de la mañana sonó mi despertador y ese avance esperanzador para las causas de las mujeres había desaparecido. Los coordinadores de algunas bancadas que antes habían argumentado que la tasa cero no representaba nada, junto con sus bancadas (honorables excepciones) ahora les parecía apetecible: con una voracidad a la que solo el patriarcado es capaz de entregarse, devoraron a dentelladas el IVA a productos menstruales que solo representa el 0.06% del presupuesto total. 

Y no creo que esta reversa, bajo argucias legislativas, haya sido producto de la mendicidad que han pretextado por la pandemia, la misma que ha acabado con presupuestos a derechos humanos, educación, cultura, fideicomisos; porque siguen intocadas la exención de impuestos en artículos como medicinas y alimentos, o tasas preferentes como el IVA fronterizo, por ejemplo. 

Creo que detrás hubo mucha, pero mucha envidia de la articulación de las mujeres ciudadanas y legisladoras en su pluralidad, hubo mucho resentimiento a que no obedecieran órdenes de los coordinadores. Y hubo mucho, pero mucho patriarcado: ese que históricamente ha pontificado sobre la menstruación (desde la Biblia, hasta tradiciones, leyendas de diversas culturas, y hasta los primeros tratados de medicina), gracias a los cuales las mujeres nos hemos convertido por esta condición biológica en seres asquerosos, malignos, misteriosos, primitivos, animales, débiles y enfermos, poseídos, en brujas con poderes ocultos.

En estos tiempos de protestas performáticas, voluntarias o involuntarias, se me ocurren muchos performances alrededor de la menstruación. Pero bueno, tenemos la tranquilidad de que compañeras de colectivas seguirán trabajando con legisladoras para llevar esta propuesta integral para garantizar una menstruación digna. Yo ya me acerco a la menopausia, pero me emocionan estos avances que están haciendo historia en las largas luchas feministas.

(Publicado originalmente en Revista Este País).

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