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Mostrando las entradas de diciembre, 2004

Bichos

Anoche cuando llegué a casa, no entré sola. Sobre mi cabeza saltó un enorme chapulín, anticipándome en la entrada a la sala. A partir de ahí el silencio habitual se convirtió en el sonido de sus saltos por aquí y allá. Mi vista periférica advertía la presencia descontrolada del bicho. Dejé abierta la puerta por un rato, esperando que su instinto le llevara de nuevo al jardín. No lo hizo. Resignada por lo pronto, me puse ante la estufa para preparar algo de cena. Ahí estaba. Justo sobre la estufa. Me quedé paralizada enfrente de él. Se quedó paralizado enfrente de mí. Vi cómo fue aquietando sus cuernillos, sus patas, su cabeza, hasta quedarse como una pequeña rama inerte encima de los quemadores de la estufa. Ambos quietos. El me temía. Yo le temía. Estando tan quieto, tuve el impulso de matarlo. Recordé que hace poco maté una hormiga; me percaté de ello cuando ya estaba aplastada bajo mi dedo. Me sentí miserable. ¿Por qué la maté? ¿Qué me hace una hormiga? No necesitaba matarla,