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Mostrando las entradas de noviembre, 2013

Día de Santa Cecilia

Nomen est omen.

Otros desvelos

Ahora las desveladas no sólo son mías. Debo dejar a Mariana a sus llamados pasadas las 5 am. Y luego hay que recogerla más allá de la medianoche. Ahora el desvelo es orgullo por una jovencita que hace lo que le apasiona, que aprende, que avanza, que duerme poco a cambio de aprendizaje. Una jovencita de 18 años segura de su vocación. Orgullosa de ella. No importan los desvelos.

Releyendo a Jünger

Me doy cuenta de la influencia que este escritor alemán ha tenido en mí desde que rondaba los 20. Aquí un fragmento, quizá la primera vez que tuve contacto con esta visión, que hoy forma parte de mis convicciones más férreas: "... Hablamos de que los libros y los cuadros causan efecto aun si nadie los ve << Pues en lo interior sí está hecho. >> Es éste un pensamiento que a los hombres de nuestro tiempo va haciéndoseles inconcebible a medida que incrementan la comunicación y la circulación, es decir, a medida que van sustituyendo los vínculos espirituales por los técnicos.  ¿Es que lo que importaba era que las oraciones de un monje las oyesen también aquellos a quienes iban a beneficiar?..." Ernst Jünger, Radiaciones II (Tusquets Editores)

Multitasking reloaded

Ayer atendí una llamada de mi jefe mientras cambiaba un pañal, vestía y lavaba los dientes de Cecilia. La memoria, que siempre me falla, se ha vuelto fuerte desde que escribo una lista de órdenes de trabajo mientras atiendo a esta granujita cantarina.

Leer

No encuentro una lectura cómoda, que me ofrezca un rincón donde refugiarme, escaparme, expandirme. Algo que me diga. Algo que haga resonancia en mi interior, en mi mente. Hoy será día de repasar mi biblioteca. Quizá hasta la de él. Y reencontrar, encontrar, descubrir. Busco una llave hacia esa puerta donde estoy aquí y en otra parte, en que todo alrededor calla y oscurece, mientras adentro relumbra una luz cálida y constante.

Muerte

Leo el  obituario  a Lou Reed que Laurie Anderson escribió. Pienso que así me gustaría morir, mirando azorada los árboles. Y así me gustaría que mi pareja viera mi muerte: como parte de la contemplación de la belleza que tiene la vida. Antes el tema de la muerte me obsesionaba. De niña, deseaba la muerte como una vía de conocimiento: saberlo todo, descubrirlo todo; pero quería volver para contarlo. De adolescente, la muerte era una acosadora insospechada y a la que había que ganar la carrera. Ya como madre, durante la niñez de Mariana, me atormentaba la idea de dejarla sola, no digo ya ante la vida, sino durante mi muerte, mi funeral, el duelo. Hoy que pienso en el hermoso obituario de Laurie a Lou, me doy cuenta que no tengo ya esos temores. Sólo quisiera conservar esa felicidad de quien contempla la belleza cotidiana en los detalles más nimios; sólo quisiera no hacer sufrir a quienes me aman, y darles paz con mi muerte. Y por mis hijas, no, no temo. Ya no.