Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas de septiembre, 2005

Finisterrae

Finisterrae. Leo. Y la palabra se implanta en la punta de mi lengua con toda su magia. Como si el misterio del mundo se me revelara. Cuando era niña atormentaba a mi madre con una pregunta: ¿Dónde acaba el mundo? No, respondía mi madre, el mundo no se acaba. Y desesperada preguntaba una y otra vez: Entiende, mamá; si te vas caminando y caminando, ¿dónde topas con el fin de la tierra? Y ella obstinadamente repetía que no había tal. Me habían dicho que el mundo era redondo. Pero ignorante del sentido de la fuerza gravitacional; yo pensaba que en medio del globo había una plataforma plana, donde se desplegaba el mapa mundi, en recto. Y que la esfera era sólo una corteza que nos protegía y aguardaba el cielo, las estrellas, el sol, la luna. Por ello pensaba que al caminar, encontraríamos una pared; no una circularidad que convierte cada punto de partida en el punto de llegada. Recientemente escuché una canción sobre piratas y sirenas, en el mundo precolombino, cuando se creía un mundo p

Habemus becam

Les pediría que echen un ojo y luego echen un grito (de alegría los que se alegren y los que no... también), a una liga donde dan el anuncio. Pero sólo verían un montón de nombres como los deudores del predial. Así que les comento brevemente: Gané beca. FONCA. Jóvenes Creadores. Novela. Contenta. Buen año literario. Otro buen año personal. Muy contenta. Tan-tan. No se hable más. ¡A escribir se ha dicho!

Rabito en cuatro actos

*Daniel Terán, ilustrador. I. Un encuentro de pelos Después de tres años de pedírmelo ella y yo posponerlo, un sábado por fin mi hija y yo fuimos por el perrito que habíamos encargado –cierto que al principio para mí era sólo una hipótesis-: schnauzer, sal y pimienta, macho. Cuando salimos de la veterinaria con una casita móvil, una bolsa de comida, carnazas, collar, cacharros para la comida y un perro que por más recién bañado olía a perro, dije: esta es la realidad que nos espera . Y así fue. Empezar a entrenarlo, y empezar a querer esa masa informe pero armoniosa de pelos: unos por aquí y otros por allá no; unas aristrocráticas cejas que caen como obelisco sobre los ojos, y un hocico con bigotes tan generosos como un chorro de agua abierto contra el viento. Nos fuimos acostumbrando a sus roces en nuestros tobillos. A la alegría incondicional e inconsciente de una criatura que parece haber nacido sólo para complacer y alegrar a sus dueños. El cariño fue súbito y desbordante hacia Rab