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Mostrando las entradas de agosto, 2012

Recuento de un jueves

1. A las 3 am me di cuenta que el monitor para escuchar a mi bebé no estaba funcionando. Superviso: no había luz en casa. No había luz en toda la calle. Alguien robó 35 metros de cableado, y nos tuvo así por más de 12 horas: sin internet, sin iluminación, sin esterilizador, sin tetera eléctrica, sin cafetera, sin lavadora. Una mañana doméstica, de silencios, reflexión. 2. Mientras en casa había silencio y desconexión, en el país el IFE iba intentando sacarnos los ojos, enceguecernos, diciéndonos que lo que vimos, escuchamos, sospechamos y probamos era una mentira, una confusión. Una por una iban desechando pruebas. Uno por uno iban arrancando nuestros ojos (ellos juran). 3. La Librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica a reventar. Filas interminables de gente esperando su turno en las cajas, con alteros de libros en las manos, en las canastas. Gente en el centro de la librería mezclándose con los autores, con los editores. Caras amigas, caras conocidas, caras recié

Hablando de purgar el lenguaje...

Sin darme cuenta he borrado gran parte de mi trabajo no literario realizado en los últimos 3 años, y quizá hasta más (no he indagado en la dimensión del delete). ¿Qué siento? Como cuando pierdes media cuartilla de un escrito. Cosas que pasan, resignación y volver a empezar. ¿Qué pienso? Que una parte de mí sabía lo que hacía. O no le importó hacerlo. O quiso hacerlo: drenar, purgar, desazolvar.

Parejas que no son

En la narrativa, me gusta más explorar en las parejas que no consuman su amor. Las parejas que se acercan, que sobrevuelan uno sobre el otro, parejas que guardan deseo entre sí, pero que siempre lo mantienen como una tensión latente, vital, irreducible. Es más, creo que lo que más me gusta explorar es esa tensión. Esa cuerda rígida a punto de romperse, esa agitación a punto de ebullición, el deseo que azota y que una y otra vez es vencido por una potencia mayor: el miedo, el orgullo, la libertad, la autoprotección; e incluso por el mismo deseo hacia el otro que podría acabar-traicionarse al consumarse. Me resulta más literaturizable mantener al lector en ese friso, en esa frontera insalvable, y que el lector desee junto con quien narra que ese amor nunca llegue a más, porque en esa irrealización está su plenitud y belleza. Ese tipo de pareja me mantiene trabajando en la novela, ese tipo de pareja mantiene viva la escritura de Cuadernos del poder .  

Playlist

Para mis jornadas de trabajo (no escritura) no me gusta preocuparme de la música, ni tener sobresaltos porque se atraviesa música que ahora no me apetece, o que forma parte de mi playlist literario. Así que he encontrado la forma de activar la música y dejarla correr: bajo el cursor hasta la L; ahí están consecutivas Lana del Rey (que Mariana me compartió), Lhasa, Lisa Hannigan, Lizz Wright, y luego salta a la M con toda la discografía de Marissa Nadler. Ningún tropiezo. Mujeres variadas para sazonar mis faenas.

Firma de libros, 30 de agosto

Los espero para firmarles ejemplares de A ras de vuelo , en la Librería Rosario Castellanos del FCE (Condesa), 7 pm, el próximo jueves 30 de agosto.

Aspiraciones, disposiciones, transpiraciones

Siempre envidié a esos escritores que decían escribir a las diez de la mañana. De las diez a la una, por ejemplo. Eran las horas doradas en mi oficina: llamadas, visitas, juntas, tareas urgentes con tiempo límite, consultas. Yo podía aspirar a escribir cuando mi hija Mariana se durmiera. O, desde que ella entraba al colegio a las siete de la mañana,  a trabajar en esa hora y media en que la oficina estaba vacía, la brisa entraba por la ventana y el colibrí ya pizpireteaba en la lima. En mi nuevo horario no puedo aspirar a trabajar de diez a una, pero sí de once a doce y media, quizá una... si la siesta de Cecilia se alarga. Me emociona esta posibilidad, mientras exista. Este fin de semana arreglaré el estudio para esta nueva disposición, que es lo que le sigue a la aspiración. Y entonces sí, a transpirar en la escritura.

Hasta la próxima, Sebald

Terminé de leer Los emigrados  de W.G. Sebald. Llegué buscando esa especie de género bitácora sobre personajes, para encontrar alguna luz que me salvara del escollo en el que estaba metida en mi escritura. Y terminé encontrando el problema en otro lado. No en el género, sino en los mismos personajes. ¿La misión para continuar? Enganchar al lector con una pizca de personajes, que por ellos valga la pena explorar en el puñado más grande; trabajar para hacer a los personajes más vivos, entrañables, con historias soterradas que nos expliquen sus pasos y omisiones. Eso me llevó a un camino lleno de meandros, coyunturas y redes superpuestas de realidades. Sebald deshollinó mis conductos tapados para seguir escribiendo. Seguiré con él. Pero antes haré una parada: Kafka en la orilla , de Murakami, que dominó la conversación con él en estas vacaciones.

Cita a ciegas

"Es un autor que no encuentra  a sus lectores", es la frase que le escuché a Paco Ignacio Taibo II y que de vez en cuando deambula por mi cabeza y mi mano. ¿Cómo se les busca? ¿Cómo se va por ellos? Tiendo a pensar que no hay más búsqueda que la escritura. Que tarde o temprano llegan, o simplemente no y ni modo. Pienso en ello esta mañana fría, mojada, con un velo oscuro encima. Pienso mientras estoy arrebujada en el calor de mi casa, sin pensar cruzar la puerta, frente a un altero de A ras de vuelo  con sus lomos negros, para firmarlos y dedicarlos a lectores que acudirán a la venta nocturna que organiza el FCE. Ahí están mis lectores, me digo, bajo las solapas y la camisa de cada libro, con sus ojos curiosos detrás de mi dedicatoria a ciegas.

Eso de las horas

Hace más de un año me instalé en esta ciudad. Me traje mi compu y con ella, la oficina: sus archivos, los compañeros de trabajo, el jefe, los clientes y el horario, el mismo horario que, ahora con el reloj de verano, guarda una diferencia de dos horas. El reloj de mi compu, en la esquina superior derecha, tenía dos horas menos que mi cielo en esta ciudad. Así por las tardes yo entraba a trabajar cuando todo mundo suele salir. Durante este primer año no quise cambiar el reloj. Incluso cerré el ciclo en mi oficina y ese horario sonorense seguía ahí, en la misma esquina, absurdo, necio, inviable. Hasta que lo cambié. Lo decidí así como se decide dejar las dos ruedas auxiliares de la bicicleta, o dejar el salvavidas y manotear hasta cruzar la piscina. Era un paso necesario, una muestra vital de que estoy aquí, bajo este cielo con sus propias horas.

Bienvenido, Warhol

Un par de días después de que Mariana regresara de nuestro desierto, aterrizó su nuevo retoño: un american skimo nacido el 5 de junio. Ahora una pelusa blanca deambula por nuestros pies, mordisquea calcetines, lengüetea los tobillos y se resiste a ser entrenado.

Estructuras

Después de más de 12 años de trabajar bajo horarios demandantes, fijos, extralimitados a veces, ahora tengo la libertad de organizar el día a mi antojo. Sería lo ideal si tienes niños, si no tienes a doña Ana ayudándote como antes, un altero de libros por leer y la novela, esa novela que avanza, corre, se frena, se estanca, salta, trota. Pero no es lo ideal cuando estás acostumbrada a la presión, a la rigidez de estructuras, al estrés, a horarios a tope con sus actividades saliéndose disolutas como el relleno de un colchón viejo. Y así como este año ha sido desaprender, reaprender, ahora estoy en la fase de aprender a trabajar como agente libre. Pero también a conocer mis estructuras mentales y aceptarlas. Y aceptarlas significa resignarme a que necesito sentir horarios, obligaciones como antesala de los logros, así sea poner una carga en la lavadora, así sea terminar un capítulo del libro que leo o del que escribo. Eso intenté este fin de semana. Y encontrar la mejor hora y el