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Mostrando las entradas de 2004

Bichos

Anoche cuando llegué a casa, no entré sola. Sobre mi cabeza saltó un enorme chapulín, anticipándome en la entrada a la sala. A partir de ahí el silencio habitual se convirtió en el sonido de sus saltos por aquí y allá. Mi vista periférica advertía la presencia descontrolada del bicho. Dejé abierta la puerta por un rato, esperando que su instinto le llevara de nuevo al jardín. No lo hizo. Resignada por lo pronto, me puse ante la estufa para preparar algo de cena. Ahí estaba. Justo sobre la estufa. Me quedé paralizada enfrente de él. Se quedó paralizado enfrente de mí. Vi cómo fue aquietando sus cuernillos, sus patas, su cabeza, hasta quedarse como una pequeña rama inerte encima de los quemadores de la estufa. Ambos quietos. El me temía. Yo le temía. Estando tan quieto, tuve el impulso de matarlo. Recordé que hace poco maté una hormiga; me percaté de ello cuando ya estaba aplastada bajo mi dedo. Me sentí miserable. ¿Por qué la maté? ¿Qué me hace una hormiga? No necesitaba matarla,

Transferencias

Transferencia de embriones , leo en un letrero que aparece desaliñado en medio de la carretera. Alrededor sólo hay monte, maleza, la vía del tren como la osamenta de un animal prehistórico fosilizado en el desierto; los postes de madera como gigantes agonizantes, desconectados, mientras por encima se erigen nuevos postes de concreto, que conducen con orgullo electricidad y algo más: un futuro que no se alcanza a ver. Tampoco se ve ningún edificio cerca, ninguna puerta computarizada, ninguna antena satelital que avise que por ahí se hace algo tan moderno e inexplicable como transferir embriones. Sólo se ve alguna casa abandonada, con la maleza invadiéndola por dentro, saliendo impúdica por las ventanas como el vello de una oreja anciana. Sólo se ve ese letrero. ¿Embriones de qué? ¿Transferencia a dónde? Más que macabro, el letrero es ridículo. Tan ridículo como el letrero “Río Yaqui”, pretencioso en la misma carretera, en el mismo enorme llano bordeado de árboles esquelétic

Discapacidad social

Ahora entiendo a los discapacitados. Conducirse en un mundo donde nada está hecho para manejarse con autosuficiencia. Yo tengo una suerte de discapacidad social llamada “vivir sola”. Siga el siguiente diálogo, a raíz de una cirugía que me realicé recientemente. ­—¿Quién viene con usted? — Eh, nadie. —¿Cómo que nadie? — Pues no. ¿Necesito a alguien? — A ver, vayamos haciendo esto. Nombre... edad... estado civil... (Pienso: ¿Digo divorciada o soltera?) —¿Estado civil? — Eh... soltera. —¿A quién hace responsable? —¿Responsable? ¿de qué? — Alguien, que no sea usted, debe firmar como responsable de usted. (¿La doctora, qué no?) — Dígame el nombre y teléfono de alguien que se haga responsable. Aunque no venga con usted. — El nombre de mi cuñada: Rossy B, tel. x. —¿Su cuñada, dijo? — Sí, mi cuñada. —¿Qué hago con sus pertenencias? —¿No puedo pasar con ellas? —¿A Quirófano? No. —¿Me las podrías cuidar tú? — Sí. ¿En ningún momento vendrá algún familiar? — Sí, vendrán p

Ser casa

Una semana en casa. Días de punta a cabo en ese espacio que he ido trazando. Mi espacio. Me sentaba en la sala. Y veía por la ventana esa luz tibia, pudorosa y juguetona que se cierne por los árboles en la mañana. Y escuchaba ese silencio de niños y ese silencio de mujeres trajinando dentro de sus casas. En ese silencio sólo irrumpía un coro de voces que advierte que no es desolación, sino faena, empeño, labor. Es el llamado de los vendedores, aliados de esa gran industria que generan las amas de casa: tortilleros, aguadores, jardineros, aboneros, verduleros, panaderos... La entraña de mi casa también se iba llenando del sonido del agua, las ollas, el cristal de la vajilla; se iba ensanchando en sus aromas de limpieza, lavanda, agua, mentas; aromas de comida, que inician frescos e individuales, y acaban en olores concentrados y unidos en un solo platillo. De cuánto me pierdo cuando no estoy en casa. De la luz juguetona que se vuelve nostálgica en la tarde ocre; la noche que

Vicente

El y ella bailan. Abrazados. Lentos. Se tocan como si el otro fuera la persona más frágil. Se acogen como si el otro fuera la persona más protectora. Cierran los ojos. Y sonríen. Cada quien ve en sus párpados pasar la vida. Sonríen como si ambos vieran pasar la misma vida. Esta danza lleva más de 30 años. ¿No parece a veces un milagro que sus pies se muevan con la misma cadencia? ¿Y que las canciones que bailan tengan recuerdos comunes? A él le han puesto una fecha límite a su vida. Ella disfruta cada canción. Los veo y digo: ésta es la imagen quiero recordar. Don Vicente se ha separado de ese abrazo. Y así lo recuerdo: bailando con sus amores, con sus recuerdos, con una música que nosotros no escuchamos, con su espíritu pleno.

El ombligo de mi padre

“Descubren misterio del ombligo ”, advertía una pequeña columna de la prensa. Mis ojos se echaron un clavado suicida. El título prometía una revelación tan misteriosa y profunda como el mismo Génesis, o tan compleja como un tratado de Darwin. Pero al momento de querer entrar a esa sagrada caverna del conocimiento, rápidamente se cerró la puerta en mis narices: “Con una muestra de 5,800 personas, investigadores han descubierto de dónde proviene la basurita que se acumula en el ombligo”. Ya estando en circunstancias tales, me resigné a asomarme por el cerrojo: Esta revelación disminuida se limitaba a cuatro incisos tan inexplicables como los siguientes: a) La basurita se acumula más en ombligos de varones que de mujeres; b) La basurita proviene en su mayor parte de la ropa; c) El color que prevalece es el azul; d) La basurita se forma al subir pequeñas partículas por el pelo hasta acumularse en el ombligo. No les extrañe que me haya atraído la búsqueda de una información tan apa

Cartas

Inmóvil esperaba a que el tomento suspendido en el aire llegara a mis manos. Un movimiento sutil o una respiración y lo alejaba de mí. Cuando por fin hacía que esa escuálida mota de diente de león aterrizara sobre la palma de mi mano, mi abuela exclamaba: ¡te llegará carta! Nunca me llegaba carta a mí, era demasiado pequeña para ser destinataria; pero en casa siempre se esperaban cartas, de las tías de Tijuana, de las tías de Navojoa, del primo de Monterrey... y siempre llegaban. El silbato agudo y melancólico del cartero se vaciaba por el porche y por las ventanas siempre abiertas de la casa. Yo salía corriendo por el largo pasillo que llevaba hasta el portón de la entrada. Y ahí estaba un cartero al que nunca veía la cara, sólo su bolso de cuero gastado, y sus manos que alborotaban el olor del cuero al buscar entre las cartas una, dos, tres que habían viajado hasta nuestra casa. Y de nuevo el recorrido, ahora gritando por el pasillo: ¡cartas, llegaron cartas! Pienso en es

Baldío

Un gato negro , agazapado entre las ramas del baldío, mira fijamente al gato blanco que descansa sobre el muro que resguarda ese jardín secreto. Se miran fijamente, inmóviles, con sus espinazos arqueados; parecen dos bestias mirándose desde la eternidad; dos símbolos suspendidos en el tiempo. En el poder de la imagen está representada esa lucha mítica entre el bien y el mal que posee toda cosmogonía. Abajo, en ese jardín montaraz , cultivado por la mano del azar, las especies vegetales crecen promiscuamente una sobre otra. Parece un edén caído, una belleza corrompida y atormentada por la serpiente y la manzana. El gato negro asoma su mirada intensa, dueña de ese caos y mimetizada en él y la dirige fijamente al gato blanco. Arriba, el gato blanco , recostado sobre el muro, parece saberse dueño, pero también invadido y ajeno a ese jardín dañado. Mira al gato negro con menos fijeza; su posición convierte al otro en presa. Lo mira como algo suyo y le aburre al saberse desamado.

Mi "no-soundtrack"

“Estoy escuchando el soundtrack de mi vida” , me dice emocionada mi amiga en medio de la oscuridad excitante que resulta un concierto. Un concierto donde su cantante favorita y mi músico favorito cantan en el mismo cartel. Un concierto que nunca imaginamos ver juntas, menos en una ciudad que no nos pertenece a ninguna de las dos. Ahí estamos Edith y Marian inexplicablemente juntas en un concierto. Ahí están Annie Lennox y Sting inexplicablemente juntos en un concierto. Annie Lennox es la autora de su soundtrack. Y Sting me resuena a muchas cosas, menos a eso. Mi vida no tiene soundtrack. Es más, a veces dudo que tenga historia (mi amigo Eric dice que parezco no tenerla). Sting no me recuerda ninguna ruptura , ningún enamoramiento, ninguna nostalgia, ningún estupor de soledad; no me recuerda algún tormento, ni nada que duela. La música de Sting entró a mi vida por medio de mi cerebro, como todo lo que entra en mi vida. La primera vez que le puse atención fue al ver un video

Zumbidos

Piénsalo, y me llamas, pidió la doctora que quiere que ponga fecha a la operación. Piénsalo. Piénsalo. Pensaba en todo, menos en la fecha. Pensaba en todo lo que no quiero pensar. En mis genes irremediablemente mordidos por el cáncer. En que no es cáncer. En que estoy sola. En que puedo sola. En que debería llorar. En que no tengo razones. En que estoy harta de estar siempre de pie. En que no he tenido razones para caerme. Pensaba y borraba. Pensaba y borraba. Llegué a casa. Y en el estudio encontré mi cómplice para no pensar. Encendí la computadora, busqué papeles de la oficina para trabajar. Y se fue la luz. Oscuridad total de diez de la noche. Silencio total de noche. El silencio trae esos sonidos lejanos, solitarios, que hacen más silencioso el silencio: un perro ladrando a lo lejos, y un zumbido más; una ambulancia fugaz, y un zumbido más; el estertor melancólico de un trailer solitario en alguna carretera, y un zumbido más; los grillos

Blanco y negro

Hoy fui a hacerme un ultrasonido. ¿Habrá manera de hacer más amable y cálido ese proceso médico? Me preguntaba mientras esperaba, con una humillante bata azul. Aunque luego objeté: ¿Serviría de algo que la bata fuera más trendy? ¿Qué el lugar pareciera una cafetería con un pequeño ensamble de jazz tocando en un rincón? Ahí permanecí, en el borde de la camilla, con mis pies descalzos balanceándose en el vacío; viendo la fría penumbra de la habitación, acompañada sólo por el zumbido de los aparatos que explorarían en mi cuerpo. Pasé media hora oscura con el doctor , tratando de ver el dibujo que el escáner acusaba en la pantalla. Tachones en carbón de un dibujante depresivo. Con forma de nada. Pero me concentraba en la imagen con la misma acuciosidad que el médico. No había otra cosa qué hacer. Ups, sí había otra cosa. La mente que traté de centrar y atar para que no empezara sus correrías, se me escapó. Empezó a deambular en medio de la incertidumbre. Ah, es que la incertidumbre

¿Bailamos?

Los niños bailaban frente a mí como poseídos por un espíritu mítico. ¿Alguna vez bailaron realmente así nuestros ancestros? Alguna facilidad tiene la danza folclórica para atrapar esa esencia que unifica lo que hemos creído ser, lo que somos y lo que queremos ser. Los trajes más inverosímiles, con listones dorados, rojos, verdes, amarillos, rosa, naranja, negro, añil; encajes blancos; moños y grecas; trenzas majestuosas y sombreros pasaban como ráfagas de alegría por el escenario. Y pensaba qué mensajes estaban representados en ese lenguaje que transmite el cuerpo. Pensaba en el movimiento lleno de vigor, variedad y alegría que tiene la danza autóctona mexicana, y que es difícil encontrar en las danzas europeas. ¿Han notado la diferencia de lenguajes femenino y masculino en danza mexicana? La mujer ondea su cuerpo; realiza movimientos circulares con sus faldas, con su cabeza, con sus pies, con su cintura y caderas. Los hombres realizan movimientos más lineales, verticales,

Todavía hay hombres así

El Tigre , le dicen, pero con ese apodo prefiero decirle Gerardo, y hablarle de usted. Es de mi edad y parece que me lleva 15 años por delante. Es de esos hombres que se sienten más hombres porque sirven a una mujer. Es de esos hombres que bombean más rápido la sangre cuando se ven junto a una mujer. Acude donde mi carro me haya dejado tirada , y una vez arreglado, me lo lleva a la oficina. Luego me toca a mí llevarlo a su Taller... Bueno, es un decir, porque es de esos hombres que siempre manejan. Así que hemos dado algunos paseos juntos por esta ciudad del sol. Como buen sierreño , tiene ese color rojo en la piel, arrugas nuevas pero profundas, y esa voz bronca, golpeada, entrecortada, fuerte y hasta un poco nasal como los cantantes norteños. “Ya me voy a casar”, me anuncia. Y me da su recorrido amoroso. Mira, Mariantonieta , para qué te digo mentiras. He tenido muchas mujeres. De todas: inteligentes, tontas, ignorantes, bravas, dejadas, altas, chaparras, gorditas, flaqu

¿Pasarás por las muertas?

Cuando anuncié a mi pequeña hija que viajaría a Ciudad Juárez , me preguntó preocupada: ¿Pasarás por las muertas de Juárez? —No, hija, pasaré por otro lado —dije. Mentí. No pasaré por otro lado. Porque no hay otro lado. Las muertas de Juárez nos circundan y sus fantasmas ululan sobre nuestros cráneos, dondequiera que estemos. No pasaré por las muertas. Quisiera pasar por ellas, sacudir el polvo de su desnudez avergonzada, levantarlas y llevarlas a otro sitio. Al destino a donde se dirigían. Al que soñaban un día llegar. O simplemente revivirlas. En cambio paseo por Juárez , resguardada en un carro, acompañada de una mujer desconocida. En la ventana encuentro la justificación de mi silencio. Veo un paraje arenoso, lleno de llantas y basura. Supongo que ese no es el lugar por donde se pasa por las muertas. Pero se le parece tanto. Cuando nos alejamos de ese paisaje, interrumpo mi propio monólogo, para dirigirme a la mujer desconocida que conduce: —No sé cómo preguntart

Código roto

Hay un código que tengo perdido desde que era niña. De tenerlo, sería otra clase de persona. Cuando estaba en el Kinder , una vez entré a la capilla antes de llegar al salón . Me arrodillé por media hora con mi mente en blanco. Fui sacada de mi contemplación por un largo jalón de orejas. Y nunca entendí por qué si la escuela tenía una capilla, no debía visitarse; nunca entendí por qué si Dios estaba por encima de todas las cosas, la maestra estaba por encima de Dios. Después, en preescolar, mientras hacía fila para ser calificada, veía las planas de otros niños: Chuecas y fuera de renglón. Las mías, con sus bolitas redondas y perfectamente alineadas. Los demás niños se llevaban la felicitación y la estrella de la maestra. Yo sólo un R de revisado. Y nunca entendí por qué si hacía bien las cosas, no merecía una felicitación o una estrella qué ostentar en mi frente. En cada cumpleaños iba mi prima favorita a casa. Llegaba con dos regalos. El mejor atraía mi vista. El mejor atr

La cifra que aborrezco

Escucho la conversación que forma parte del bullicio del parque , alrededor de una carreta de hot dogs; poco a poco se aisla y se vuelve más clara, junto con sus personajes: el hotdoguero y su compadre que ha llegado a visitarlo en bicicleta. -¿No me ferea este billete de 200, compadre? -No. Es que, ¿sabe? No me gustan los billetes de 200. -¿Cómo que no le gustan?, ¿qué quiere decir? -Pues que no me gustan, compadre. En cuanto llega un billete de 200 a mis manos, luego-luego voy a comprar algo para feriarlo. No sé, los tengo como aborrecidos. Aborrecer no el dinero, sino un billete de concretamente 200 pesos. Me encantaría dejar el hot dog ahí en la barra. Tomar al compadre visitante de la mano y sentarlo en una banquita del parque. ¿Se puede aborrecer una nominación específica de billete? ¿Por qué los aborrece? ¿Qué siente: náusea, coraje, aburrimiento? ¿O le trae malos recuerdos? Tomo el hot dog y me siento sola en la banquita. Alrededor, el señor que aborrece los de 200 s

Gatos sin dueño

Cuando era niña y pensaba cómo sería mi vida apenas “cruzandito” el umbral del 2000 , imaginaba cosas buenas. Como toda niña. Imaginaba prados verdes, como los que veía alrededor del Río Yaqui (era lo más verde que conocía); tecnologías avanzadas como salía en los supersónicos; paz mundial. Pero aunque cruzamos esos tres ceros con la prestancia de un tigre de bengala a través de aros de fuego, ahora nos hemos echado a la sombra, aburridos como un gato sin dueño. Las calles no son elevadizas y siguen teniendo los mismos baches de la infancia (esos u otros, en eso sí se nota el paso del tiempo); la palabra “paz” ahora es un vocablo al que cínicamente se le añade la interjección “Ja”, y sólo es preocupación de las misses cuando concursan en belleza; y lo verde, pues es un buen tópico para el marketing. Veo la tele, escucho la música, leo literatura joven, e invariablemente veo ese desencanto lleno de ironía, de humor, de rendición. Hasta parece frivolidad. Hasta parece que ya

Qué puede ser esa lluvia

A eLe y Th   Una lluvia, y parvadas de mariposas vuelan como si fueran pétalos suspendidos; una lluvia, y los cerros parecen recién nacidos, como si una mano sagrada los hubiera bautizado con el nombre de verde. Una lluvia. ¿Será capaz el ser humano de abrirse, volar, reverdecer, después de tanto dolor y fractura? ¿Qué puede soplar sobre el lodo que avergüenza pasados, para que seque y se espolvoree por siempre? ¿Qué puede murmurarse por encima del cuerpo para que olvide la iniquidad y reviva? ¿En qué agua debe sumergirse un nombre para que nazca otro? Tal vez baste una mirada. Tal vez un oído sea suficiente. O los dos. No creo que más. Tal vez sólo otro, en algún lugar lejos, pero que por alguna razón, nombre a ese lugar “Aquí”.    

Nadar de vivo o muertito

Desde hace tres semanas, acudo a una enorme piscina para acompañar a mi hija en sus clases de natación. En los primeros días observé la personalidad y los recursos con que los niños se enfrentan al aprendizaje y mañana a la vida. Hay un niño que entra corriendo a la escuela, se lanza corriendo a la alberca, y sale igualmente corriendo a los brazos de su madre. Siempre tiene una sonrisa ansiosa en sus ojos. Me pregunto si su cerebro tan nuevo piensa a esa velocidad, o si su cuerpo va siempre por delante de su cerebro. Reacciona por reflejo ante el peligro de perder el equilibrio, o de hundirse, o de esquivar a otros niños en los clavados. Pero es el único niño que casi se ahoga, en esos segundos larguísimos en que su movimiento no fue esperado ni correspondido por el movimiento de la maestra. Ni por el de la madre, que ha salido corriendo a toda velocidad, en señal de un ADN similar al hijo, para rescatarlo. Otro niño llega lentamente, detrás de la madre que parece, desde s

Una Universidad llamada Juan Miguel

Si cierro los ojos, ahí está Juan Miguel , extendiendo los brazos como despojando de sábanas polvorosas los edificios antiguos; tan antiguos que mi mente no alcanza a catalogar. Así devela ante mi vista los misterios del tiempo, y la impronta de la gente en esos castillos, templos, puentes, acueductos. Suele hablar, con ese acento local de su vagar por el mundo; con frases tan densas y económicas, que parecería un guía ensayado; pero ningún guía sostiene esa pasión y agudeza para enseñar. “Este templo románico habla de cómo se organizaba la Iglesia en esa época; volcada hacia adentro, pequeña, circular, para acoger a grupos sencillos, que vivían una espiritualidad interna, comunitaria; las ventanas tan profundas y pequeñas se deben a que aún no inventaban el vidrio. El alma cristiana era de pequeñas y desnudas ventanas al exterior por las que entraba luz suficiente, franca, no decorada. Los muros austeros, la techumbre baja, todo parecía cobijo espiritual; el cristiano ante su fe

Sólo quería una parcela libre

Me siento como una ingenua que invade el territorio de una pandilla desconocida, decide pertenecer a ella, y para ser aceptada se expone a pruebas arbitrarias. He invadido el territorio blog . En los posts que me han dejado ya veo que hay un estilo bloggero , poner mi currículo es kitsch e innecesario, los temas deben ser tan fugaces como espontáneos (como si eso existiera y como si no conllevara su buena dosis de estupidez). Me piden pactos de sangre que siempre me ha dado desconfianza sellar; me piden ciertas vestimentas, ciertos arneses en un territorio que se supone libre. Yo pretendía tener una Web a lo fácil. Me equivoqué de lugar. Pero entrar en esta pandilla tiene algo de fascinante. Preguntarme qué sentido tiene el blog me ha llevado a preguntarme qué sentido tiene entonces escribir; qué sentido tienen ciertos temas; qué sentido el oficio que día a día se fragua hacia un estilo.... ¿cuál? Cada día recibo mensajes, posts, mails. Esta es una mafia que me acoge con igu

Bienvenidos: No es traidor el que avisa

Después de lo que les diré, no sé si les apetezca seguir leyendo este Blog, o volverlo a visitar. Pero no es traidor el que avisa que: 1. No sé por qué hago un Blog propio. Lo único que puedo justificar es que tenía un montón de ganas. Y quería tener uno por si acaso, por si un día podía entregar una tarjeta con mi nombre, teléfono, celular, dirección electrónica... y Blog. Se vería suave. 2. No sé qué voy a escribir en el Blog. No quiero tener un diario; porque mis días se suceden uno a otro con la parsimonia y rutina de la vida de una jubilada. No quiero pensar en un Blog “curado”, porque no creo que nadie entre a un Blog para reírse; y si hay alguien que lo hace, no estoy segura que mi Blog garantice una satisfacción 100%; el 5% sería pretencioso. No quiero subir mis textos literarios aún, porque no tengo registrados los derechos de autor; ya sé que es remoto que alguien me fusile los textos, pensando que podrá hacer gloria y fortuna... pero una precaución no está de más, y