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Mostrando las entradas de 2016

1. Así se gesta

Cuando era niña fui testigo del abuso a otra niña, afuera de mi propia casa. Durante la adolescencia sufrí de agorafobia (¿alguna vez se supera?). Cuando viví en el extranjero, un vecinito lloraba en las noches porque lo encerraban en su habitación; no podía dormir con sus gritos: "Quiero hablar, necesito hablar". Me obsesioné con la historia de una niña que fue asesinada por sus padres adoptivos. Di seguimiento a la campaña #MiPrimerAbuso, azorada de toda la escala de abusos y lo cerca que está de cada una de nosotras. No soy de quienes creen que las lecturas nos hacen mejores personas. Hay experiencias que se quedan como el sedimento al fondo de un pozo oscuro. Escribir me ayuda a limpiar ese sedimento; escribir es como deshollinar el alma. Soy mujer. Tengo dos hijas mujeres. Necesito contar una historia. Necesito escribir esta historia. Necesito escribirla con este hollín con el que se va contaminando el ser cuando no drena sus recuerdos y vivencias.

Esperanza humana y sobrehumana

Justo hablaba por chat con mis compañeros de trabajo sobre la desesperanza, cuando alguien llamó a la puerta de casa. Al preguntar por el asunto que lo traía, levantó mi cartera que sostenía en su mano y respondió: Vengo a regresarle la cartera que dejó en mi taxi. En efecto, un día antes por la mañana había perdido mi cartera. Mi despiste habitual me impedía concluir que me la habían robado, "¿Qué tal que está en casa entre los juguetes de Ceci, adentro de la lavadora o en la cajuela de mi coche?". Mientras me resignaba a perderla, cancelé tarjetas. Por si acaso. La hipótesis más poderosa (para todos, menos para mí) es que me la habían robado en el mercado callejero de nuestro barrio. El taxista con mi cartera me confirmaba: no la perdí dentro de casa; pero eso sí sabía bien, yo no había tomado un taxi desde hacía un mes. El taxista me explicó que encontró la cartera debajo del asiento, al limpiar su auto, y que se "tomó la libertad" de revisar entre mis doc

Mariana, 21

Mariana alcanzó los 21. El último umbral para la mayoría de edad. Mariana alcanza metas pequeñas. Alcanza tareas exigentes. Alcanza las cimas de sus emociones. Alcanza a entender almas humanas y no humanas. Alcanza sabidurías interiores. Alcanza sueños que a otros se les antojan remotos. Alcanza propósitos semanales con una agenda frenéticamente ordenada. Alcanza ideales. Alcanza oscuridades. Alcanza el dolor. Alcanza la risa infantil. Alcanza montañas, ciudades desérticas, grandes ciudades y pueblos abandonados. Alcanza a ver. Alcanza a palpar. Alcanza a asir. Alcanza a agarrar fuerte lo que quiere. Alcanza siempre a agarrarse de la vida. Esa que hoy llega a los 21.

Ceci, 5

Apenas la noche cruzó el pie hacia la madrugada del 19 de octubre, nació Cecilia. Y así se nos reveló desde entonces: toda alegría ella, siempre.

0. Lo nuevo

La nueva maternidad no ha venido sola. Ha venido con otra ciudad, con una familia grande y perruna,  con un jardín dentro y fuera de casa, con mucho más trabajo y distancias muchísimo más largas. Ha venido con otro talante. Por eso hay proyectos con los que simplemente no he podido. No he podido avanzar en la novela de intriga política, pero he escrito cuentos. No he podido terminar ese poemario que explora en el zumo de las palabras, pero hay una historia que me ronda en la cabeza y los dedos. La escritura, en mi caso, es así. Esas pequeñas historias que vivo o encuentro, que se quedan como un sedimento al fondo del ser, de la entraña. Y luego ahí se comunican, mientras yo vivo y conduzco y me ducho y camino y duermo y hablo. Y tejen lazos que jamás hubiera visto. Imaginan vecindades temporales y geográficas imposibles. Y de eso se trata la literatura. De cernir esos sedimentos porque yo no puedo vivir con su peso. De construir arquitecturas con palabras, porque si no escribir no

Retiro

Siempre temí el día en que mi padre se retirara. Un hombre cuyo sentido de la vida lo construyó alrededor del trabajo. Un hombre que nos marcó con hierro que el ocio es el opio de la gente. Un hombre que siempre vio el deporte y los juegos como el pecado de los holgazanes. Un hombre que no tuvo hobbies, pero que se encontraría el día de su retiro con un nido vacío y un cuerpo desocupado y sin fatiga. El día llegó. No hablaré de lo injusto que me parece su pensión exigua para un hombre que trabajó sin parar desde los 10 años. Al principio viajó, visitó a hijos y nietos, se hizo de una buena colección de música, fue a los festivales musicales a los que pudo. Se dio vacaciones. Y luego llegó ese día que temí. El día en que sus ahorros menguaran y se enfrentara a la realidad: su vida, su casa, sus necesidades inmediatas. Pero mi padre siempre me da lecciones, y no deja de sorprenderme con esa sabiduría profunda y parsimoniosa que con los años ha alcanzado. Sí. Ese día llegó junto con u

Este día

Una persona muy cercana y querida me dio testimonio de fuerza y lucha contra la enfermedad. Una mujer, madre, amiga, decidió no luchar más, cualquiera que haya sido su lucha interna. Una joven detuvo el tráfico en pleno Insurgentes en hora pico para rescatar, con toda la paciencia, a un perro herido. Una anciana desconocida me ofreció el resguardo de su paraguas mientras caminábamos en la misma acera. Una casa, que no es mía, me prestó en soledad su penumbra para descansar una hora, y sentí el abrazo de esas personas en fotos, que ya se han ido y no se han ido. Una familia, la mía, coincidió en casa, en la cocina, con sus risas, sus roces, su caos, sus diferencias, su desbordante amor.

El país del "no pasa nada" donde pasa todo

Leo sobre la objetivación del arte. Leo los pleitos por antologías donde unos quedan dentro y otros fuera. Veo bandos, unos del lado de un crítico, otros del escritor, otros de ninguno, sino... y las especulaciones pueden ser infinitas. Leo que si la estética. Que si el discurso. Que si esto y aquello. Y de verdad, de verdad, sólo quisiera que callen. Tanto pasa en este país del no pasa nada . Pasa todo. Nos pasa de todo. Ni siquiera enumeraré. Y me pregunto de qué sirve todo ese cuchicheo, esa vocinglería, esos gritos, esos desgañites, esos egos heridos o edificados; de qué sirven nuestras palabras. Dicen unos que el arte nos salva, dicen otros que la poesía nos permite la acción inmediata. No es cierto. Dejen de engañarse. Dejen de tejer un discurso para salvarse. Dejen de creer que nuestros egos son armas para enfrentar la realidad. La realidad nos está golpeando justo para destruir nuestras corazas, justificaciones y dogmas que son como estelas que dejamos al paso. La re

Jaime: 49

Esta es su mirada. El mundo se cae a pedazos y él me recuerda que el arte, la belleza simple, brutal o compleja, o la criatura más diminuta, son como esa oración que detiene al mundo de su derrumbe. Hoy es cumpleaños de Jaime, el responsable de la belleza que encuentro y redescubro.

Una madre sin instinto

Nunca he tenido un instinto materno. Y no sé si de verdad existe eso. Sólo sé que en mi caso la maternidad no es una circunstancia que fluya natural. Soy madre con el cerebro, y éste es un caos. Así que, al nacer, mis pequeñas se han sometido a rutinas que uso como asideros para no acabar sentada en la cama resignándome a un: Ignoro cómo ser madre. Quizá hubiera sido distinto si mi madre hubiera sobrevivido para tranquilizarme y decirme que todo está bien. Pero a falta de esa sabiduría, me hice de autoexigencias, libros, horarios, ideas sobre crianza. Mis hijas han tenido que lidiar con una madre workaholic , preocupona, que tiene un aviario en su cabeza; una madre que no hornea divertidas galletas, que necesita momentos de silencio, que las ama durante el día pero ruega por que se duerman en cuanto cae la noche; porque es entonces cuando los pájaros se me escapan. Mis hijas han nacido de decisiones radicales mías y han tenido que sufrir otras tantas. Han padecido (y heredado) m

28 de febrero

Pues aunque he intentado que el 28 de febrero no sea ese día, lo es y así seguirá siendo. El último día en que pusiste un pie en la tierra. El último día en que pensaste en un mañana que llegaría sin falta. El último día en que viste nuestra casa y la dejaste a oscuras. El último día en que condujiste por la ciudad, la carretera, el campo. El último día en que volaste. ¿O aún vuelas? Han pasado 31 años. Aún sigues siendo ese muchacho inconforme y viejo de 21 años. Y aunque he intentado crecer, sigo siendo tu hermana de 14 años que no logra explicarse nada de lo que pasa. (Foto robada del muro de mi primo Byl Mendívil)

Washington

En este último viaje descubrí, entre otras cosas, lo siguiente: 1. Uno de mis disparadores de pánico cuando salgo a las calles es saber que mi mente no tiene sentido de orientación; pero si el espacio tiene una lógica sencilla, el pánico aminora a casi cero. Washington tiene una lógica: calles en orden alfabético y numérico. Lo peor que podía pasar es que creyera que iba en sentido ascendente de la calle O a la P, y resultara que fuera hacia la N. El par de veces que me perdí y asomó el pánico fue porque las calles no trazaban una cuadrícula perfecta o aparecían esas calles con nombres de estados, así, de la nada. Entonces, al carecer yo de lógica, espero que la ciudad la tenga. El típico: no eres tú, soy yo. 2. Sí es padre que el gobierno ofrezca entradas gratuitas a los museos. Pero no es padre que todos tengan el mismo horario. One size fits all? Prefiero los museos privados de Nueva York, que te dan varias modalidades de ingreso, tarifa, horario. 3. Extraño la vida simple

tiempos

Hubo un tiempo en que deseaba con todo fervor traspasar el techo. Hoy quiero destrozar la puerta. Obra de Janaina Tschäpe 

Roque: 51

Mi madre siempre me contó que cuando yo era bebé, cada tarde mi hermano Roque me daba una vuelta a la manzana empujando la carreola. No recuerdo esa época, pero si aquella otra en que él era mi puerta al mundo masculino: Roque, a quien entonces llamábamos Toño, era quien me introducía en los juegos de mis hermanos hombres, siempre con delicadeza, sin burlarse, sin abusar.  Yo también le abría la puerta a otro mundo, ese que tenía yo, introvertida, fantasiosa. Teníamos una pequeña lámpara toda de cristal con estrías tornasol. La luz se refractaba en hilos que bailaban dentro de la lámpara. Yo podía pasar horas contemplando esa danza: elegía uno de los rayos y seguía su movimiento por largo tiempo. Una vez compartí ese juego secreto con él y lo entendió. Cuando caía la tarde podíamos pasar horas mirando la lámpara, eligiendo cada quien su hilo luminoso.  A veces he creído que ese juego fue lo que nos conectó. Pero sé que nuestro lazo fue anterior, y que sobrevivió más allá de esa l

Adiós

Cerrar el 2015 ha sido darle el portazo a una etapa. Otras veces he sentido que la mojonera está a unos cuantos pasos de mí, y aunque camino y camino, el punto se va moviendo a un futuro que parece inalcanzable. Hoy puedo decir: camino y la mojonera ha quedado atrás de mí, cada vez más lejos. No regresaré.