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Mostrando las entradas de mayo, 2006

22. Maldición después de Taxco

No sé si la oración hubiera sido hindú, islámica, cabalística u ortodoxa hubiera dado mejor resultado. El caso es que fue wica y por más bonita que sonaba, el resultado fue desastroso: 1. Ramírez Heredia nos dejó plantados a sus becarios sin decir “agua no va”. 2. El hotel estaba enclavado en un cerro que generaba un punto de atracción energético un poco estorboso (hubo depresiones crónicas durante los tres días, dolores de cabeza, fallas en la cobertura de los celulares). 3. Para bajar a las habitaciones teníamos que recorrer cuatro niveles de escaleras de piedra (ah, el elevador no funcionaba; y aunque hubiera funcionado, había tantos apagones de luz, que la mente se disparaba al imaginarnos pillados adentro del ascensor en pleno apagón... Les juro que a esas alturas nuestra imaginación no tenía ocurrencias eróticas). 4. Para ir a los talleres debíamos bajar en teleférico y recorrer escaleras y escaleras de piedra por la hacienda del Gobernador Ruiz Massieu. 5. Estábamos fuera de

21. Bendición antes de Taxco

"Aunque el círculo está abierto, no está roto, que la paz de la Diosa te acompañe, que tengas alegres encuentros, alegres despedidas y alegres reencuentros". Esta es la bendición wica que me ha dado una amiga antes de irme al encuentro del FONCA, para que revisen con lupa o mala leche o agudeza o justicia o benevolancia el avance de novela. Hace unas semanas envié mi reporte de 35 páginas; ahora llevo 50 páginas de avance. El círculo está abierto. Y aún no está roto (espero no me rompa la crisma Ramírez Heredia). La paz me acompaña, porque ya no tengo nada más qué hacer (ah, sí, pagar la luz antes de irme). Tendré alegres encuentros (de seguro). Y tantos reencuentros (todos: Edith, Wendy, Mayra, Martha, Luis, Karla, Lu, José Ramón). Alegres despedidas (mis compañeros del FONCA, ¡y tengan por seguro que me despediré muuuuy alegre de mi tuttore!). Envíenme todas sus bendiciones laicas, civiles, espirituales, esotéricas, afrodisiacas, neurolingüísticas, políglotas, ecuménicas

20. El huerto del abuelo

Mi abuelo ha muerto. Hace dos semanas sentí un apremio por viajar al Valle del Yaqui para verlo. Para que mi hija lo viera. Lo encontré pequeño, frágil, huesudo, dormido junto a mi abuela, que ya parece un árbol de raíces torcidas por las arrugas y el artritis. En ese momento descubrí la razón de mi prisa intuitiva. La visión de mi abuelo ahí, lánguido, sin defensas, era el vaticinio del fin de una vida ejemplar: pionero del ejido desde la época de Tata Lázaro, un hombre fuerte, duro, incansable, lo que tenía de callado lo tenía de trabajador; lo que tenía de obtuso lo tenía de recto; lo que tenía de estricto lo tenía de risueño, bailador, tomador, coqueto. Nunca dejó de ser guapo, ni con sus 89 años, ni con el cáncer, ni con su cuerpo abandonado en el ataúd. Los funerales se convierten en un juego traicionero de espejos. El montón de tierra amontonada junto al féretro suspendido sobre el hueco, los remolinos terregosos y de aire caliente, me recuerdan a todos los sepelios a los que