Inician las lluvias de verano, que parecen llegar con el cumpleaños de él. Recuerdo cuando venía del desierto. El calor desaparecía debajo del avión y, un par de horas después, yo aterrizaba en lluvias torrenciales. Llegaba a su casa y a torrentes también recibía el aroma de la hierba mojada (hierbas que no existían en mi desierto), la sensación de humedad, el frío en las vísperas del verano. Así, con el sonido de la lluvia de fondo, celebrábamos su cumpleaños. Lo recordé anoche y esta tarde en que celebramos sus 46. Recordé el aroma a hierba mojada como algo ausente que reaparece dominándolo todo. Ya no como algo ajeno; sino como un recuerdo que vuelve y se hace presente. Ahora que somos siempre presencia, cada día de nuestras vidas.
Lo que ando incubando