Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas de agosto, 2011

Cables

Casi cumplí la media semana con la macbook sin funcionar. Calladita, lejana a mí, ocultándome mis propias palabras, proyectos, faenas. Ahí estaba: su espalda oscura. La ausencia. Se trataba del cable. Murió. Y he pensado en los cables perdidos, más que nunca evidentes: con personas, con cierta luz, con cierto clima, con espacios, con el trazo de una ciudad que me sé de memoria. ¿Han muerto esos cables? ¿Es cuestión de reconectar otros? Aún no lo sé. Él llegó con una cajita perfecta y el cable funcionó. Ese cable. Y aunque esta máquina persigue los estertores (¿últimos?) de ese mundo, quizá el nuevo cable me lo recuerde: mi vida ha cambiado. Y hay que dejar ir todo aquello que no puede pervivir a través él: aquella luz, aquel clima, aquellos espacios antes míos, aquel trazo de ciudad que sé de memoria, aquellas personas que no ven cables para cruzar libre y alegremente, sino barricadas.

Descorche

Ya colgué el corcho en mi estudio. Pero para esta novela no hay nada alusivo e inspirador qué poner. Los personajes son innombrables. La historia está llena de "ya sabes quién", de "no nombres". Los objetos que antes cuelgo y pego para evocar, ahora serían como el anillo del poder que Frodo tiene que destruir. Algo que ocultar. Un objeto ante el cual cerrar los ojos y huir. Eso es. Quizá eso es lo que tengo que recordar. Estoy contando la historia del poder. Un poder que a todos nos escalda. Como víctimas y victimarios. Ahora tengo mis amuletos para proteger al corazón de ese mal: fotos de sus manos, los cuatro en el jardín, Mariana con mi querido Juan Miguel, nosotras en la playa, ella sola, su mano a los 5 años, los lirios que ella me hizo florecer, la virgen de Montserrat y la frase de Yeats que se criba por la vida: Mi gloria ha sido tener tales amigos.

Estreno

Hoy estrené el estudio. Tuve una mañana oscura y lloviznó intermitentemente. Pero desde el ventanal vi la alegría matutina de los perros, el manzano con sus esferas gordas y verdes, los encinos altos y calmos, la hiedra tupiendo celosa la tapia. Lo que veo por el ventanal es un buen augurio. Ha vuelto la faena de escribir.

Gracias, Murakami*

Me acompañaste en el corre corre de desentrañar cajas, cerrar y abrir casas, saltar del desierto al bosque, imaginar espacios inéditos, combinar lo mío y lo suyo. Me recordaste la prevalencia de la disciplina. El feliz abandono una vez superado el umbral del esfuerzo. Me recordaste lo extraordinario de la normalidad y el recogimiento. Ya tengo ventanas delante de mi computadora, por las que pasa la lluvia, el viento, el sol, los perros, la hojarasca que tintinea húmeda y verde. Sí, faltan el corcho, el escritorio definitivo, los fetiches. Pero adentro ya están ellos: los personajes, sus historias, su red de encuentros y desencuentros. Luego de leer De qué hablo cuando hablo de correr de Haruki Murakami en Tusquets