Mariana llega a sus 18 años mirando todo lo que tiene enfrente. Metiendo las puntas de los dedos, tocando la temperatura de su futuro. Y yo quisiera traérselo completo y ponérselo bajo sus pies. Un poco como cuando era niña, y le iba desbrozando el camino. Pero recuerdo que hoy cumple esa edad en que sólo debo despejarle el umbral para que se asome, salga, camine por sí misma, se coloque en eso que sólo ella ve con claridad enfrente. Sólo me queda ya ser testigo prudente de cómo se mete entera, a veces al frío, a veces al sofoco, a veces a la tibieza de ese mundo que hasta hoy le era un poco ajeno. Y que a partir de ahora, en mayor o menor medida, le será propio. ¿Y qué más deseo para ella sino eso, un mundo propio?
Lo que ando incubando