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Mostrando las entradas de septiembre, 2004

Mi "no-soundtrack"

“Estoy escuchando el soundtrack de mi vida” , me dice emocionada mi amiga en medio de la oscuridad excitante que resulta un concierto. Un concierto donde su cantante favorita y mi músico favorito cantan en el mismo cartel. Un concierto que nunca imaginamos ver juntas, menos en una ciudad que no nos pertenece a ninguna de las dos. Ahí estamos Edith y Marian inexplicablemente juntas en un concierto. Ahí están Annie Lennox y Sting inexplicablemente juntos en un concierto. Annie Lennox es la autora de su soundtrack. Y Sting me resuena a muchas cosas, menos a eso. Mi vida no tiene soundtrack. Es más, a veces dudo que tenga historia (mi amigo Eric dice que parezco no tenerla). Sting no me recuerda ninguna ruptura , ningún enamoramiento, ninguna nostalgia, ningún estupor de soledad; no me recuerda algún tormento, ni nada que duela. La música de Sting entró a mi vida por medio de mi cerebro, como todo lo que entra en mi vida. La primera vez que le puse atención fue al ver un video

Zumbidos

Piénsalo, y me llamas, pidió la doctora que quiere que ponga fecha a la operación. Piénsalo. Piénsalo. Pensaba en todo, menos en la fecha. Pensaba en todo lo que no quiero pensar. En mis genes irremediablemente mordidos por el cáncer. En que no es cáncer. En que estoy sola. En que puedo sola. En que debería llorar. En que no tengo razones. En que estoy harta de estar siempre de pie. En que no he tenido razones para caerme. Pensaba y borraba. Pensaba y borraba. Llegué a casa. Y en el estudio encontré mi cómplice para no pensar. Encendí la computadora, busqué papeles de la oficina para trabajar. Y se fue la luz. Oscuridad total de diez de la noche. Silencio total de noche. El silencio trae esos sonidos lejanos, solitarios, que hacen más silencioso el silencio: un perro ladrando a lo lejos, y un zumbido más; una ambulancia fugaz, y un zumbido más; el estertor melancólico de un trailer solitario en alguna carretera, y un zumbido más; los grillos

Blanco y negro

Hoy fui a hacerme un ultrasonido. ¿Habrá manera de hacer más amable y cálido ese proceso médico? Me preguntaba mientras esperaba, con una humillante bata azul. Aunque luego objeté: ¿Serviría de algo que la bata fuera más trendy? ¿Qué el lugar pareciera una cafetería con un pequeño ensamble de jazz tocando en un rincón? Ahí permanecí, en el borde de la camilla, con mis pies descalzos balanceándose en el vacío; viendo la fría penumbra de la habitación, acompañada sólo por el zumbido de los aparatos que explorarían en mi cuerpo. Pasé media hora oscura con el doctor , tratando de ver el dibujo que el escáner acusaba en la pantalla. Tachones en carbón de un dibujante depresivo. Con forma de nada. Pero me concentraba en la imagen con la misma acuciosidad que el médico. No había otra cosa qué hacer. Ups, sí había otra cosa. La mente que traté de centrar y atar para que no empezara sus correrías, se me escapó. Empezó a deambular en medio de la incertidumbre. Ah, es que la incertidumbre

¿Bailamos?

Los niños bailaban frente a mí como poseídos por un espíritu mítico. ¿Alguna vez bailaron realmente así nuestros ancestros? Alguna facilidad tiene la danza folclórica para atrapar esa esencia que unifica lo que hemos creído ser, lo que somos y lo que queremos ser. Los trajes más inverosímiles, con listones dorados, rojos, verdes, amarillos, rosa, naranja, negro, añil; encajes blancos; moños y grecas; trenzas majestuosas y sombreros pasaban como ráfagas de alegría por el escenario. Y pensaba qué mensajes estaban representados en ese lenguaje que transmite el cuerpo. Pensaba en el movimiento lleno de vigor, variedad y alegría que tiene la danza autóctona mexicana, y que es difícil encontrar en las danzas europeas. ¿Han notado la diferencia de lenguajes femenino y masculino en danza mexicana? La mujer ondea su cuerpo; realiza movimientos circulares con sus faldas, con su cabeza, con sus pies, con su cintura y caderas. Los hombres realizan movimientos más lineales, verticales,

Todavía hay hombres así

El Tigre , le dicen, pero con ese apodo prefiero decirle Gerardo, y hablarle de usted. Es de mi edad y parece que me lleva 15 años por delante. Es de esos hombres que se sienten más hombres porque sirven a una mujer. Es de esos hombres que bombean más rápido la sangre cuando se ven junto a una mujer. Acude donde mi carro me haya dejado tirada , y una vez arreglado, me lo lleva a la oficina. Luego me toca a mí llevarlo a su Taller... Bueno, es un decir, porque es de esos hombres que siempre manejan. Así que hemos dado algunos paseos juntos por esta ciudad del sol. Como buen sierreño , tiene ese color rojo en la piel, arrugas nuevas pero profundas, y esa voz bronca, golpeada, entrecortada, fuerte y hasta un poco nasal como los cantantes norteños. “Ya me voy a casar”, me anuncia. Y me da su recorrido amoroso. Mira, Mariantonieta , para qué te digo mentiras. He tenido muchas mujeres. De todas: inteligentes, tontas, ignorantes, bravas, dejadas, altas, chaparras, gorditas, flaqu