E imagino ese día, en que una persona sola se colocó frente al horizonte, levantó su dedo y dibujó en el aire las líneas divisorias: Yo te nombro mío. Yo te nombro ajeno. Yo te nombro patria. Yo te nombro extranjero. Yo te nombro amor. Yo te nombro enemigo. Y atestiguo cuando llega esa tormenta de arena, y vuelve a borrar las líneas divisorias, y uno agradece el caos y se adentra en él, se arremolina, se deja llevar e invadimos la patria y damos la sangre por lo ajeno; y nos ponemos el nombre extranjero y deshonramos el propio; y uno deja de ser quien es. Hasta que alguien apunta con el sol frente a los ojos, como la lámpara de un verdugo, y nos obliga nuevamente a levantar el dedo y dibujar las líneas divisorias. Y uno desea de nuevo la tormenta, para olvidar las fronteras y ser sólo remolino, un puño de arena abierto en la entraña del caos.
Lo que ando incubando