La sensación al ver a ciertos personajes fuera de contexto, es lo más parecido a mirar la desnudez. Así me sucedió cuando un domingo encontré en el supermercado al impecable capitán de meseros de un restaurante al que era asidua, vestido con una camisa hawaiiana y con un arete brillante en su oreja izquierda. O a la acortonada conductora de televisión sin maquillaje y con unos pants en una taquería.
1.
Así sucedió con el joven que estuvo viniendo a casa a reconfigurar la internet en mi vieja mac. No fue fácil la odisea. Su compañía Omnired había sido absorbida por Terra; y si pocos saben entenderse con una mac, ¡muchos menos con una mac vieja!
La charla empezó profesional. Ante la incertidumbre laboral -¿realmente les daría Terra un contrato definitivo?-, empezó a vender equipos, y me ofrecía una PC con la cual no iría a contracorriente. Y devino, inexplicabemente, en su vida. “Aconséjeme, ¿cómo le hago para entender a mi novia? Estoy loco por ella; no hago otra cosa más que escribirle canciones y poemas, y cada vez que lo hago parece que se distancia más de mí. No salimos tanto como yo quisiera, siempre pone de pretexto a su hijo; ya hasta celoso me pongo. Me dicen que una mujer divorciada no es para mí, que se la deje a viudos o divorciados... Que yo merezco una muchacha nueva. Pero yo la quiero a ella. No puedo dejarla”.
A mí me causaba desasosiego ese chico. Siempre tan pulcro en su vestir, con su cabello perfectamente engelado, con su rectitud al caminar. Pero ese “todo-en-su-lugar” de la apariencia, sólo me parecía la camisa de fuerza que contenía a un loco de remate. Temblaba tanto cuando me contaba su amor desesperado, que me parecía el pulso previo a un criminal pasional que arrebata la navaja para hundirla en la vida de su víctima amada. Los ojos, siempre desorbitados, acaban tristes y rendidos al final de su monólogo: “Pero no sé, señora, parece que tengo mala suerte con las muchachas; siempre encuentro las que me hacen sufrir. ¿Qué puedo hacer?”.
Empecé a temer que antes de que él encontrara la configuración de mi compu, vería ante mis ojos salir de un sótano oscuro a un hombre deforme.
Lo he encontrado de nuevo. He ido a comprar sobres y bolígrafos a una papelería, y oigo esa voz pausada, gangosa, con que me contaba sus historias de amor obsesivo: ¿Qué más puedo ofrecerle, señora?
Espero no me recuerde. Yo a él difícilmente puedo hacerlo coincidir con aquella imagen de neo-ejecutivo, con su pelo recortado casi al ras, y una camisa que ostentaba con profesionalismo el logotipo bordado de Terra. Veo su cabello recogido en una coleta que le llega a la cintura. Tiene rapado el cabello por debajo de las sienes y por encima de sus orejas. Trae una camisa roquera y ha abandonado ese caminar tieso, para remolinearse con indolencia mientras trae un sobre u otro, una pluma u otra, la nota o la feria... Por fin salió del sótano el hombre que era, ¿o es otro ensayo? Espero por lo menos que éste no se obsesione con “muchachas que lo hacen sufrir”.
2.
Me intriga el hombre que cuida uno de los estacionamientos del centro cívico de mi ciudad. Mi curiosidad me lleva siempre a constatar si él sigue rompiendo con el estereotipo del sonorense de 50: voz bronca, acelerada, pronunciada a medias y a gritos, con su vestimenta vaquera. Y el resultado siempre es: ni una pizca del cliché sonorense, sino esa profunda y modulada voz de locutor, su complexión delgada, e invariablemente algún elemento que me confirma que este hombre ha tenido miradas fuera de esta tierra (alguna pulsera, algún collar, alguna boina, alguna camiseta...).
Es de pocas palabras, de cero sonrisas, de una parquedad casi ascética. ¿Vivirá solo? ¿Tendrá familia? ¿Qué hará después de las 3 pm, cuando el estacionamiento se cierra?
Ya tengo la respuesta. He ido con mis amigos a una restaurante africano. Hay música en vivo, trova con matices de jazz latino, según me avisan. Veo salir a un chico con una cara larga parecida a la de Dominique Miller con la guitarra en la mano; y en las percusiones lo veo a él, al hombre del estacionamiento, y por primera vez le veo sonreír; y no sólo sonríe una vez, sino que sonríe durante todo el tiempo que toca.
Pensarán que soy ridícula. Y no lo discutiré aunque no esté de acuerdo. Pero me siento conmovida. Ser guardia de un estacionamiento nunca me ha parecido el lugar para ese hombre. Pero esa idea es soportable si por las noches toca con tanto placer en un restaurante africano.
PD. La vida da muchas vueltas. Y las compañías no son la excepción: Ahora la gran Terra, que absorbió en otro momento a la local Omnired, ha sido comprada por Alestra - AT&T, que también tienen que unirse para significar en el mercado.
1.
Así sucedió con el joven que estuvo viniendo a casa a reconfigurar la internet en mi vieja mac. No fue fácil la odisea. Su compañía Omnired había sido absorbida por Terra; y si pocos saben entenderse con una mac, ¡muchos menos con una mac vieja!
La charla empezó profesional. Ante la incertidumbre laboral -¿realmente les daría Terra un contrato definitivo?-, empezó a vender equipos, y me ofrecía una PC con la cual no iría a contracorriente. Y devino, inexplicabemente, en su vida. “Aconséjeme, ¿cómo le hago para entender a mi novia? Estoy loco por ella; no hago otra cosa más que escribirle canciones y poemas, y cada vez que lo hago parece que se distancia más de mí. No salimos tanto como yo quisiera, siempre pone de pretexto a su hijo; ya hasta celoso me pongo. Me dicen que una mujer divorciada no es para mí, que se la deje a viudos o divorciados... Que yo merezco una muchacha nueva. Pero yo la quiero a ella. No puedo dejarla”.
A mí me causaba desasosiego ese chico. Siempre tan pulcro en su vestir, con su cabello perfectamente engelado, con su rectitud al caminar. Pero ese “todo-en-su-lugar” de la apariencia, sólo me parecía la camisa de fuerza que contenía a un loco de remate. Temblaba tanto cuando me contaba su amor desesperado, que me parecía el pulso previo a un criminal pasional que arrebata la navaja para hundirla en la vida de su víctima amada. Los ojos, siempre desorbitados, acaban tristes y rendidos al final de su monólogo: “Pero no sé, señora, parece que tengo mala suerte con las muchachas; siempre encuentro las que me hacen sufrir. ¿Qué puedo hacer?”.
Empecé a temer que antes de que él encontrara la configuración de mi compu, vería ante mis ojos salir de un sótano oscuro a un hombre deforme.
Lo he encontrado de nuevo. He ido a comprar sobres y bolígrafos a una papelería, y oigo esa voz pausada, gangosa, con que me contaba sus historias de amor obsesivo: ¿Qué más puedo ofrecerle, señora?
Espero no me recuerde. Yo a él difícilmente puedo hacerlo coincidir con aquella imagen de neo-ejecutivo, con su pelo recortado casi al ras, y una camisa que ostentaba con profesionalismo el logotipo bordado de Terra. Veo su cabello recogido en una coleta que le llega a la cintura. Tiene rapado el cabello por debajo de las sienes y por encima de sus orejas. Trae una camisa roquera y ha abandonado ese caminar tieso, para remolinearse con indolencia mientras trae un sobre u otro, una pluma u otra, la nota o la feria... Por fin salió del sótano el hombre que era, ¿o es otro ensayo? Espero por lo menos que éste no se obsesione con “muchachas que lo hacen sufrir”.
2.
Me intriga el hombre que cuida uno de los estacionamientos del centro cívico de mi ciudad. Mi curiosidad me lleva siempre a constatar si él sigue rompiendo con el estereotipo del sonorense de 50: voz bronca, acelerada, pronunciada a medias y a gritos, con su vestimenta vaquera. Y el resultado siempre es: ni una pizca del cliché sonorense, sino esa profunda y modulada voz de locutor, su complexión delgada, e invariablemente algún elemento que me confirma que este hombre ha tenido miradas fuera de esta tierra (alguna pulsera, algún collar, alguna boina, alguna camiseta...).
Es de pocas palabras, de cero sonrisas, de una parquedad casi ascética. ¿Vivirá solo? ¿Tendrá familia? ¿Qué hará después de las 3 pm, cuando el estacionamiento se cierra?
Ya tengo la respuesta. He ido con mis amigos a una restaurante africano. Hay música en vivo, trova con matices de jazz latino, según me avisan. Veo salir a un chico con una cara larga parecida a la de Dominique Miller con la guitarra en la mano; y en las percusiones lo veo a él, al hombre del estacionamiento, y por primera vez le veo sonreír; y no sólo sonríe una vez, sino que sonríe durante todo el tiempo que toca.
Pensarán que soy ridícula. Y no lo discutiré aunque no esté de acuerdo. Pero me siento conmovida. Ser guardia de un estacionamiento nunca me ha parecido el lugar para ese hombre. Pero esa idea es soportable si por las noches toca con tanto placer en un restaurante africano.
PD. La vida da muchas vueltas. Y las compañías no son la excepción: Ahora la gran Terra, que absorbió en otro momento a la local Omnired, ha sido comprada por Alestra - AT&T, que también tienen que unirse para significar en el mercado.
Comentarios
He pensado, cada vez que lo veo, que su nombre le queda perfecto, incluso a veces hasta le queda chico. No sé qué opines tú.
Besos.