Finisterrae. Leo. Y la palabra se implanta en la punta de mi lengua con toda su magia. Como si el misterio del mundo se me revelara.
Cuando era niña atormentaba a mi madre con una pregunta: ¿Dónde acaba el mundo? No, respondía mi madre, el mundo no se acaba. Y desesperada preguntaba una y otra vez: Entiende, mamá; si te vas caminando y caminando, ¿dónde topas con el fin de la tierra? Y ella obstinadamente repetía que no había tal.
Me habían dicho que el mundo era redondo. Pero ignorante del sentido de la fuerza gravitacional; yo pensaba que en medio del globo había una plataforma plana, donde se desplegaba el mapa mundi, en recto. Y que la esfera era sólo una corteza que nos protegía y aguardaba el cielo, las estrellas, el sol, la luna.
Por ello pensaba que al caminar, encontraríamos una pared; no una circularidad que convierte cada punto de partida en el punto de llegada.
Recientemente escuché una canción sobre piratas y sirenas, en el mundo precolombino, cuando se creía un mundo plano. En uno de sus versos dice: “...en la orilla del mundo”.
Y volví a sentir la fascinante añoranza por ese lugar, donde acabe el mar y la plataforma terrestre, y nuestros pies cuelguen al vacío, al misterio impúdico e irresoluble, hasta el vértigo.
Cuando era niña atormentaba a mi madre con una pregunta: ¿Dónde acaba el mundo? No, respondía mi madre, el mundo no se acaba. Y desesperada preguntaba una y otra vez: Entiende, mamá; si te vas caminando y caminando, ¿dónde topas con el fin de la tierra? Y ella obstinadamente repetía que no había tal.
Me habían dicho que el mundo era redondo. Pero ignorante del sentido de la fuerza gravitacional; yo pensaba que en medio del globo había una plataforma plana, donde se desplegaba el mapa mundi, en recto. Y que la esfera era sólo una corteza que nos protegía y aguardaba el cielo, las estrellas, el sol, la luna.
Por ello pensaba que al caminar, encontraríamos una pared; no una circularidad que convierte cada punto de partida en el punto de llegada.
Recientemente escuché una canción sobre piratas y sirenas, en el mundo precolombino, cuando se creía un mundo plano. En uno de sus versos dice: “...en la orilla del mundo”.
Y volví a sentir la fascinante añoranza por ese lugar, donde acabe el mar y la plataforma terrestre, y nuestros pies cuelguen al vacío, al misterio impúdico e irresoluble, hasta el vértigo.
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-Saludos