Ir al contenido principal

Finisterrae

Finisterrae. Leo. Y la palabra se implanta en la punta de mi lengua con toda su magia. Como si el misterio del mundo se me revelara.

Cuando era niña atormentaba a mi madre con una pregunta: ¿Dónde acaba el mundo? No, respondía mi madre, el mundo no se acaba. Y desesperada preguntaba una y otra vez: Entiende, mamá; si te vas caminando y caminando, ¿dónde topas con el fin de la tierra? Y ella obstinadamente repetía que no había tal.

Me habían dicho que el mundo era redondo. Pero ignorante del sentido de la fuerza gravitacional; yo pensaba que en medio del globo había una plataforma plana, donde se desplegaba el mapa mundi, en recto. Y que la esfera era sólo una corteza que nos protegía y aguardaba el cielo, las estrellas, el sol, la luna.

Por ello pensaba que al caminar, encontraríamos una pared; no una circularidad que convierte cada punto de partida en el punto de llegada.

Recientemente escuché una canción sobre piratas y sirenas, en el mundo precolombino, cuando se creía un mundo plano. En uno de sus versos dice: “...en la orilla del mundo”.

Y volví a sentir la fascinante añoranza por ese lugar, donde acabe el mar y la plataforma terrestre, y nuestros pies cuelguen al vacío, al misterio impúdico e irresoluble, hasta el vértigo.

Comentarios

Anónimo dijo…
a veces quisieramos llegar al fin del mundo y estar asi, con los pies colgando, tratando de encontrar respuestas....Por lo pronto, me conformo con seguir mis sueños...
Anónimo dijo…
Me gustó el post: me conmovió la añoranza de la mujer, recordando a la niña que añoraba, por ese lugar: el fin de la tierra; cerrar con eso de dejar colgar los pies me parece muy acertado. ¡Qué fascinante, de existir, sería ese lugar! Abrazote, Morian.
Anónimo dijo…
Felicita a tus amigas, zorrita envidiosa!
Negra dijo…
Lo mismo decia la mía.

-Saludos
Anónimo dijo…
...zorritaaaaaaaaaaaa¡¡

Entradas más populares de este blog

Cecilia, 13

"Inicia mi adolescencia", nos anunciaste. Y sí, aquí estás con toda ella: con sus preguntas, titubeos, con su riada sin presa alguna, con su belleza latiendo, sus risas incontenibles y sus lágrimas igual de irrefrenables. Llega con una letra bella y desprolija a la vez, con vocaciones más claras. Otro tono de voz, otro tono ante la vida. Más vulnerable quizá, pero más decidida a caminar. Más silenciosa e interna, y más vociferante en sus formas. Me emociona observarte, redescubrirte, tomar tu mano y decir: calma, no hay prisa; calma, nadie fuera de ti te enuncia y determina; calma, calma, hay tanto por descubrir, hay tanto tiempo por delante, tanto aprendizaje en el itinerario, tantos hallazgos y tesoros, aun aquellos disfrazados de ceniza o putrefacción. Calma. Que en tu corazón nadie hable más que tú. Que ante el espejo no hable nadie más que el amor con el que te creamos y trajimos al mundo. Que tu voz interior solo se hable a sí misma con la ternura y admiración con la...

Capomo

Alicia, la novia de mi hermano Martín , me invitó a montar. A pelo. Sin silla de montar. Yo era niña. Tenía quizá 10 años. Anduvimos por el monte, lleno de brizna seca, con el sol muy bajo y naranja. En el silencio montaraz, ella me cantaba "La flor de capomo", ¿la conoces?, me preguntó. Le dije que no, entonces me la cantó en mayo. Este es uno de los momentos más memorables en mi niñez. Tiempo después, en una fiesta en el campo donde había música en vivo, mi padre quiso complacerme con una canción. "La flor de capomo", pedí, y mi padre sonrió extrañado y orgulloso a la vez. Desde entonces, para él esa es mi canción. Sí, esa es mi canción. Nunca he visto una flor de capomo. Queda poca gente que la ha visto. La flor de capomo crece en los ríos. Y ahora el río yaqui y mayo ya están secos, por lo que la flor de capomo es ya casi mítica. La raíz es muy extensa y con muchos tentáculos. Es como un estropajo estirable que se clava muy superficialmente en la tierra. El t...

Warhol 2012-2024

Llegó siendo una bolita albina, con un pelaje tan suave que parecía lanugo. Mariana decidió llamarle Warhol. Le gustaba estar en las escaleras de entrada a la casa para tomar el sol. Quienes pasaban nunca entendían su nombre y le inventaban otros: pelusa, bolita, motita. Era imposible verlo y seguir de largo. Él nunca llegó para seguir de largo. Llegó en la adolescencia de Mariana para ser esa criatura a quien abrazar en la soledad, en el miedo, el desconcierto, la confusión, el desarraigo. Era un diente de león suave y frágil que se metía abajo de su cama. En esa recámara tan blanca como él. En esa página nueva tan blanca como él. Fue paciente en el año que Mariana que estuvo en el extranjero. Y entonces se convirtió en la mascota de toda la familia. Siempre presto a correr escaleras arriba, escaleras abajo; a girar sobre su eje como un derviche cuando se emocionaba. Nunca se fue de largo. Tampoco cuando se mudó con Mariana a su pequeño departamento en el jardín. Ese fue el r...