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20. El huerto del abuelo

Mi abuelo ha muerto. Hace dos semanas sentí un apremio por viajar al Valle del Yaqui para verlo. Para que mi hija lo viera. Lo encontré pequeño, frágil, huesudo, dormido junto a mi abuela, que ya parece un árbol de raíces torcidas por las arrugas y el artritis.

En ese momento descubrí la razón de mi prisa intuitiva. La visión de mi abuelo ahí, lánguido, sin defensas, era el vaticinio del fin de una vida ejemplar: pionero del ejido desde la época de Tata Lázaro, un hombre fuerte, duro, incansable, lo que tenía de callado lo tenía de trabajador; lo que tenía de obtuso lo tenía de recto; lo que tenía de estricto lo tenía de risueño, bailador, tomador, coqueto. Nunca dejó de ser guapo, ni con sus 89 años, ni con el cáncer, ni con su cuerpo abandonado en el ataúd.

Los funerales se convierten en un juego traicionero de espejos. El montón de tierra amontonada junto al féretro suspendido sobre el hueco, los remolinos terregosos y de aire caliente, me recuerdan a todos los sepelios a los que la vida nos ha arrastrado: mi hermano, mi tío, mi madre, ahora el abuelo. Mañana ¿quién?

Veía a mi padre al pie del sepulcro. Silencioso, como aprendió del abuelo. Con su rostro apacible, desmentido por los enormes ojos negros, llorosos, lánguidos, perdidos no sé en qué recuerdos y pensamientos y advertencias. Tan parecido al abuelo, que me aterrorizaba verlo, pensar, imaginar, temer.

Veía a mi abuela, delgada, fuerte, digna, sentada en la cabecera de la tumba despidiéndose como si fuera una noche más “Adiós, Neto; hasta pronto mi Netito”, presumiendo “Cumplimos 65 años de casados el martes; y nunca me dejó”, cayendo en cuenta “Ninguna naranja sabe a lo que saben las naranjas que sembrabas”; preocupada de las hijas que se rompían y lloraban, solícita con los nietos que lloraban y se desmayaban, lúcida con el nombre de cada nieto, bisnieto, tataranieto.

En el camino hacia el velatorio en el Campo 5, el ejido del abuelo, y en el camino hacia el cementerio, el trigo era levantado por los enormes insectos verdes de la John Deere. Y pienso en cuántas cosechas levantó mi Tata Neto; cuántos sueños tejió y destejió desde Cárdenas a Echeverría, desde López Portillo a Salinas. Cuántos hijos, nietos… cuántas naranjas nos bajó de sus árboles cada vez que lo visitábamos, cuántos tipos de naranjas cultivó en su huerto.

Pienso qué le pasa a un pueblo cuando muere uno de sus pioneros. Qué le pasa a una familia cuando muere el patriarca. Qué le pasa a uno mismo cuando muere el testimonio vivo de nuestros genes callados, duros, individualistas, tercos. Qué pasa cuando muere el abuelo, cuando nuestro padre queda huérfano.

Comentarios

Anónimo dijo…
Marianto... puedo imaginarme todas las cosas que estas sintiendo. Mi padre murió el año pasado, casi a la misma edad de tu abuelo. Todavía me siento extraña sin mi padre, lo extraño demasiado. Y pensar que viviré el resto de la vida sin él es muy duro, pero confío en la promesa que me hizo un día de que me acostumbraría a su ausencia. Aprendemos a vivir con ellos de otras maneras y con la esperanza de verlos, aunque sea en sueños, a veces vívidamente...
abrazo fraterno
d.
Yo creo que más bien nos acostumbramos a vivir su ausencia como una presencia.
Mi hermano murió hace 21 años, mi madre hace casi 15 años. Y creéme que no nos hemos acostumbrado a que estén ausentes. Sino al otro tipo de compañía que nos dan. Tú sabes cuál.
Gracias, D.
Manuel dijo…
Todavía recuerdo el logo de John Deere en las gorras de mi papá cuando vendía maquinaria agrícola en los ochenta. Su colección de gorras, sus camisas de colores brillantes impecablemente planchadas y esa actitud orgullosa eran la imagen de la bonanza agrícola efímera de la que todos tuvimos un cacho.

Las pérdidas verdaderas nunca se superan.
Un abrazo...
Gracias, Manuel. Y qué curioso, el padre de Joso también vende maquinaria John Deere.
Anónimo dijo…
Me siento mal porque vengo a leer esto, tardíamente. Si todavía te falta un abrazo, Marianto, amiga querida, te ofrezco el mío.
Los abrazos siempre hacen falta. Y nunca son demasiados. Gracias, Iván.
Negra dijo…
Lo siento mucho en verdad.
-Un abrazo fuerte y mucha muy buena vibra.
Mercedes dijo…
Animo Marian, los recuerdos nos hacen muchas veces vivir de nuevo.
Te mando un abrzo ENORME.

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