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Tiempo de aguas


La primera lluvia en la ciudad, a caballo entre la primavera y el verano, se desliza por mi nariz hasta la memoria. El camino más corto a mi ser. Entonces no soy una residente. Soy esa otra mujer que del desierto venía de visita, a ver todo lo que podía, a sentir todo lo que podía, a pasear ligera, a disfrutar el letargo mientras las ventanas se abrían a los duraznos escurriendo agua. La sorpresa ante el olor de la tierra, el musgo, la hiedra, los árboles, las paredes y baldosas, todo impregnado de humedad. Los colores más intensos ante la luz cribada por el nublado, los olores más intensos cuando se alimentan de la lluvia.
Luego viene la segunda lluvia, la tercera, y soy la mujer del desierto que habita ahora entre roca volcánica, bosques; entre esa intensidad cotidiana, calma.
Pero esta vez me lo ha dicho claro: también aquí pertenezco.


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