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El feliz equívoco

Cada vez que me apresuro a querer terminar ya la novela, me convenzo de que necesito más tiempo, leer algunos imprescindibles, reflexionar un poco, un poco más.
Y si no me convenzo, la vida me convence. Hasta el azar.
Verán. Él y yo acostumbramos hablar en clave para referirnos, por ejemplo, al oso favorito de Cecilia. Si está todavía bajo los afanes de la lavadora o secadora (cosa que debemos hacer con frecuencia, debido a que se ha arrastrado por cuanto museo solo o repleto se conozca, las banquetas del centro de Tlalpan o del Zócalo, el jardín, los parques y sus toboganes), nos referimos a él como "el roomie" o "la pareja de hecho", para que entonces Cecilia no advierta la ausencia.
Por eso, ayer que hablábamos de libros a leer para mi novela, él me mencionó "Los vecinos de enfrente". Pensé en una clave. Los vecinos de enfrente, en casa, son Mariana y Mateo, pues sus habitaciones están frente a la nuestra, ¿o se referirá a...?
Busqué "Los vecinos de enfrente", pues me sonaba mucho el nombre, y ahí me encontré a George Simenon, con su novela. Y dije ¡claro! ¡Qué razón tiene! ¡Claro que la tengo que leer!
Pero "los vecinos de enfrente" era el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, justo sus vecinos literales. Y el libro encontrado en el "vecindario" es otro que debo leer, sin falta: Tres siglos de historia sonorense 1530-1830 (UNAM).
Él se encargó de ponerlo sobre mi mesilla de noche.


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