Una sonorense no puede con este frío de montaña: seco, a veces nublado, ventoso. No puede con las noches frías, en las que ninguna pijama ni manta están a la altura del padecimiento. Pero cuando hay sol, me siento a un lado de la ventana, donde me alcancen los rayos, y ahí trabajo. Entonces soy como Pepe en el jardín, buscando ese rayito solar que se cuela entre las frondas de los árboles. Bueno, con el sol no viene necesariamente incluida la siesta.
"Inicia mi adolescencia", nos anunciaste. Y sí, aquí estás con toda ella: con sus preguntas, titubeos, con su riada sin presa alguna, con su belleza latiendo, sus risas incontenibles y sus lágrimas igual de irrefrenables. Llega con una letra bella y desprolija a la vez, con vocaciones más claras. Otro tono de voz, otro tono ante la vida. Más vulnerable quizá, pero más decidida a caminar. Más silenciosa e interna, y más vociferante en sus formas. Me emociona observarte, redescubrirte, tomar tu mano y decir: calma, no hay prisa; calma, nadie fuera de ti te enuncia y determina; calma, calma, hay tanto por descubrir, hay tanto tiempo por delante, tanto aprendizaje en el itinerario, tantos hallazgos y tesoros, aun aquellos disfrazados de ceniza o putrefacción. Calma. Que en tu corazón nadie hable más que tú. Que ante el espejo no hable nadie más que el amor con el que te creamos y trajimos al mundo. Que tu voz interior solo se hable a sí misma con la ternura y admiración con la...
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