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Hermosillo vía Condesa

Un Penthouse de la Condesa (X Espacio Arte) me llevó a un viaje en el tiempo y hasta Sonora. Ahí estaban los amigos de la secundaria de Mariana, esos chicos que se subían a mi auto cuando iba a recoger a mi hija; esos niños que hablaban de fiestas, pleitos, gustos, música, maestros; esos púberes que gritaban todo el tiempo y parecían a punto de explotar con toda la energía que tenían dentro. Esos niños que me decían tía. Por respeto, por cariño, por ser parte de esa familia peculiar que Mariana y yo tejimos con nuestras amistades, más allá de la consanguineidad.
Aparecieron frente a mí con cuatro años más, con la energía apaciguada, reflexiva, dirigida. Me hablaron de sus carreras universitarias, de sus proyectos de vida, de sus dudas, de sus golpes de timón, de sus miedos, de sus posibilidades. Los vi hacia arriba porque todos me han ganado una cabeza (o más). Los escuché mientras tenía ganas de abrazarlos y jalarles las mejillas y decirles: ¿cómo pasó esto? ¿cómo el tiempo deja esta impronta tan maravillosa a esta edad? Yo que estuve ahí, en ese umbral llena de miedos y a la vez empujándome con todas mis fuerzas para vencerlos; yo que estuve ahí viendo un espacio yermo en mi futuro; estuve a punto de decirles: de eso se trata, ten miedo y empújate, camina a la vida, mete tus manos a la tierra y ábrete caminos, te espera una gran vida, te espera la más bella intensidad.
Sólo los abracé, los animé. Vi a Mariana ahí, tan ella, tan clara en su proyecto, tan firme en sus pasos. Tan ella aunque sea mi hija. Sólo concluí: la vida es muy bella. Más bella cuando nos recordamos en esa edad, en la que el futuro es una hoja en blanco y los pies no llevan más carga que la pasión por caminar.

*Obra de Ana María Madrid, en exhibición en la galería X Espacio Arte (donde fue este encuentro)

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