En este último viaje descubrí, entre otras cosas, lo siguiente:
1. Uno de mis disparadores de pánico cuando salgo a las calles es saber que mi mente no tiene sentido de orientación; pero si el espacio tiene una lógica sencilla, el pánico aminora a casi cero. Washington tiene una lógica: calles en orden alfabético y numérico. Lo peor que podía pasar es que creyera que iba en sentido ascendente de la calle O a la P, y resultara que fuera hacia la N. El par de veces que me perdí y asomó el pánico fue porque las calles no trazaban una cuadrícula perfecta o aparecían esas calles con nombres de estados, así, de la nada. Entonces, al carecer yo de lógica, espero que la ciudad la tenga. El típico: no eres tú, soy yo.
2. Sí es padre que el gobierno ofrezca entradas gratuitas a los museos. Pero no es padre que todos tengan el mismo horario. One size fits all? Prefiero los museos privados de Nueva York, que te dan varias modalidades de ingreso, tarifa, horario.
3. Extraño la vida simple, donde no había mil cosas que hacer en el día ni kilómetros y kilómetros que recorrer para lograr los cometidos; me gustaría andar despacio (y no porque una cámara te pilla si desacatas los mínimos de velocidad); y tener siempre un vaso de agua sobre la mesa.
4. Me encantan las librerías de barrio.
5. Tengo una extraña fascinación por descubrir las lámparas a través de las ventanas de las casas.
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