Nunca he tenido un instinto materno. Y no sé si de verdad existe eso. Sólo sé que en mi caso la maternidad no es una circunstancia que fluya natural.
Soy madre con el cerebro, y éste es un caos. Así que, al nacer, mis pequeñas se han sometido a rutinas que uso como asideros para no acabar sentada en la cama resignándome a un: Ignoro cómo ser madre. Quizá hubiera sido distinto si mi madre hubiera sobrevivido para tranquilizarme y decirme que todo está bien. Pero a falta de esa sabiduría, me hice de autoexigencias, libros, horarios, ideas sobre crianza.
Mis hijas han tenido que lidiar con una madre workaholic, preocupona, que tiene un aviario en su cabeza; una madre que no hornea divertidas galletas, que necesita momentos de silencio, que las ama durante el día pero ruega por que se duerman en cuanto cae la noche; porque es entonces cuando los pájaros se me escapan.
Mis hijas han nacido de decisiones radicales mías y han tenido que sufrir otras tantas. Han padecido (y heredado) mis diversas obstinaciones. Mis hijas han tenido una madre que piensa en los sueños de ellas tanto como en los propios. Una madre que apuesta por sus proyectos de vida y las fortalece cada día para que sean capaces de abrazarlos en su momento. Una madre que no ha sacrificado su propio proyecto de vida por ellas.
He sido una madre distraída, a veces demasiado entretenida en desenredar mis madejas internas; pero las he protegido de los males del mundo; excepto de mí.
Madre consentidora, estricta; he sido con cada una de mis hijas y en cada momento la madre que, he intuido, necesitan. Puedo enumerar listas y listas de errores maternales que he cometido. Y también puedo jurar que las he amado al extremo, desde siempre, para siempre. Y espero que eso me salve de los yerros.
Fotografía: Enrique Bostelmann
Comentarios
la felicito como la madre, mujer, escritora y como SER
pero los yerros rifan, son los que nos enseñan más. los yernos, no sé.