Leo sobre la objetivación del arte.
Leo los pleitos por antologías donde unos quedan dentro y otros fuera.
Veo bandos, unos del lado de un crítico, otros del escritor, otros de ninguno, sino... y las especulaciones pueden ser infinitas.
Leo que si la estética.
Que si el discurso.
Que si esto y aquello.
Y de verdad, de verdad, sólo quisiera que callen.
Tanto pasa en este país del no pasa nada. Pasa todo. Nos pasa de todo. Ni siquiera enumeraré. Y me pregunto de qué sirve todo ese cuchicheo, esa vocinglería, esos gritos, esos desgañites, esos egos heridos o edificados; de qué sirven nuestras palabras.
Dicen unos que el arte nos salva, dicen otros que la poesía nos permite la acción inmediata.
No es cierto. Dejen de engañarse. Dejen de tejer un discurso para salvarse. Dejen de creer que nuestros egos son armas para enfrentar la realidad. La realidad nos está golpeando justo para destruir nuestras corazas, justificaciones y dogmas que son como estelas que dejamos al paso.
La realidad nos dice que está ahí y nosotros tan, tan lejos.
No, yo no sé qué hacer. Estoy como una niña estupefacta ante la tormenta que parece que romperá el mundo entero. No sé qué hacer ni cómo arreglar todo este desmadre. Pero lo que sí sé es que de nada sirve llorar porque no fuimos incluidos en una antología. De nada sirve ser bendecidos o denostados por el crítico o su contrincante. De nada sirve quebrarnos la cabeza sobre el arte.
Caminamos sobre una morgue. ¿No huelen tanta muerte? Sangramos para alimentar a los insaciables políticos. Nada va bien. Nada. Callemos. Y a ver si empezamos a entender la realidad que nos rompe las piernas.
Leo los pleitos por antologías donde unos quedan dentro y otros fuera.
Veo bandos, unos del lado de un crítico, otros del escritor, otros de ninguno, sino... y las especulaciones pueden ser infinitas.
Leo que si la estética.
Que si el discurso.
Que si esto y aquello.
Y de verdad, de verdad, sólo quisiera que callen.
Tanto pasa en este país del no pasa nada. Pasa todo. Nos pasa de todo. Ni siquiera enumeraré. Y me pregunto de qué sirve todo ese cuchicheo, esa vocinglería, esos gritos, esos desgañites, esos egos heridos o edificados; de qué sirven nuestras palabras.
Dicen unos que el arte nos salva, dicen otros que la poesía nos permite la acción inmediata.
No es cierto. Dejen de engañarse. Dejen de tejer un discurso para salvarse. Dejen de creer que nuestros egos son armas para enfrentar la realidad. La realidad nos está golpeando justo para destruir nuestras corazas, justificaciones y dogmas que son como estelas que dejamos al paso.
La realidad nos dice que está ahí y nosotros tan, tan lejos.
No, yo no sé qué hacer. Estoy como una niña estupefacta ante la tormenta que parece que romperá el mundo entero. No sé qué hacer ni cómo arreglar todo este desmadre. Pero lo que sí sé es que de nada sirve llorar porque no fuimos incluidos en una antología. De nada sirve ser bendecidos o denostados por el crítico o su contrincante. De nada sirve quebrarnos la cabeza sobre el arte.
Caminamos sobre una morgue. ¿No huelen tanta muerte? Sangramos para alimentar a los insaciables políticos. Nada va bien. Nada. Callemos. Y a ver si empezamos a entender la realidad que nos rompe las piernas.
*Francis Alÿs, A story of deception.
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