Ir al contenido principal

3. Epifanía


*Biblioteca del Convento de San Esteban; Salamanca, España.

Tengo una personalidad encubierta. Encima de la escritura o debajo de ella he tenido trabajos, en los que se me paga por pensar y escribir. Siempre he pensado que tener un trabajo que me remunere me permitirá:
1) Tener tranquilidad para escribir.
2) Tener libertad para escribir.
3) Tener la mayor independencia, pues mi subsistencia no dependerá del sistema de becas, premios, puestos, amistades o simpatías en turno.

El único punto que no se ha visto comprometido nunca es el 2. He escrito lo que me ha dado la gana, como me ha dado la gana, cuando me ha dado la gana... o cuando he podido. Ni siquiera pertenezco a un grupo al cual rendirle cuentas, estilos, intercambio de lisonjas.

Retomo: "cuando me ha dado la gana o cuando he podido". Cuando he podido. Subrayo.

El anterior trabajo que tuve coincidió con mi llegada a la Ciudad de México; experiencia que supuso un encontronazo de ritmos, tiempos, identidades, estilos, hasta temperaturas.
 
Toda mi energía se canalizó en adaptarme a esta ciudad. Escucharla, sentirla, sentirme en ella, acomodarme a su clima y paisaje, a sus tiempos infinitos en el tráfico, a ser nadie en esta masa, a reencontrarme en las amistades que iba encontrando y tejiendo; y sobre todo, a concentrarme en el gran proyecto que me trajo aquí: mi familia, mi nueva familia.

(Sí: yo no vine aquí para buscar cercanía con mi editorial, para moverme en los circuitos literarios capitalinos, para hacerme de un nombre nacional en este país que sí, es centralizado; siempre aposté a caminar desde el interior de México y no encerrarme en él; eso lo logré antes de llegar a esta ciudad).

Bueno, pues el trabajo que suponía me daría tranquilidad para poder escribir, me engulló. Y no quedó un ápice libre en mi cabeza para crear. He dejado ese trabajo, y en cuestión de 10 días mi cabeza vuelve a ser la de antes. La que iba tramando una historia mientras cocina, maneja, se ducha.

No es que haya dejado del todo de escribir. En este tiempo completé un libro de cuentos. Por primera vez, cuentos. Porque la vida, la energía, la mente, no me daba para más de cinco páginas que podía escribir de una sentada, y al siguiente día corregir de una sentada.

Seguiré trabajando, porque quiero seguir comprometida con esa tranquilidad, independencia y libertad; porque mis padres me educaron para trabajar duro. Y porque trabajar me permite vivir, observar, mantener pies en tierra, y no meterme en esa esfera del escritor que vive otro mundo, en otro mundo, y que acaba escribiendo no de la vida, sino de lo que lee en otros libros que hubiera querido escribir.

Pero todo esto es para decir una sola cosa: he vuelto a escribir. Me he vuelto a sentir inmersa en una historia paralela a la que vivo día a día con los míos. He vuelto a disfrutar tener un libro en la mano sin que el chat de una oficina me aturda todo el día y toda la semana como un avispero.

La historia se va construyendo, se van perfilando los personajes, se va aclarando la escaleta. Y, en uno de esos mensajes que da la vida, me reencontré con un manuscrito a mano, en el que inicié la idea de esta novela, justo en 1998. Un manuscrito que iba trazando, junto a una ventana, en la biblioteca de San Esteban, el convento dominico en Salamanca. Por años lo busqué y después de algunas mudanzas, es casi una Epifanía tenerlo en mis manos. Seguramente nada que recuperar, más que la revelación: es esto lo que escribes y tienes que escribir.



Comentarios

Entradas más populares de este blog

Cecilia, 13

"Inicia mi adolescencia", nos anunciaste. Y sí, aquí estás con toda ella: con sus preguntas, titubeos, con su riada sin presa alguna, con su belleza latiendo, sus risas incontenibles y sus lágrimas igual de irrefrenables. Llega con una letra bella y desprolija a la vez, con vocaciones más claras. Otro tono de voz, otro tono ante la vida. Más vulnerable quizá, pero más decidida a caminar. Más silenciosa e interna, y más vociferante en sus formas. Me emociona observarte, redescubrirte, tomar tu mano y decir: calma, no hay prisa; calma, nadie fuera de ti te enuncia y determina; calma, calma, hay tanto por descubrir, hay tanto tiempo por delante, tanto aprendizaje en el itinerario, tantos hallazgos y tesoros, aun aquellos disfrazados de ceniza o putrefacción. Calma. Que en tu corazón nadie hable más que tú. Que ante el espejo no hable nadie más que el amor con el que te creamos y trajimos al mundo. Que tu voz interior solo se hable a sí misma con la ternura y admiración con la...

Capomo

Alicia, la novia de mi hermano Martín , me invitó a montar. A pelo. Sin silla de montar. Yo era niña. Tenía quizá 10 años. Anduvimos por el monte, lleno de brizna seca, con el sol muy bajo y naranja. En el silencio montaraz, ella me cantaba "La flor de capomo", ¿la conoces?, me preguntó. Le dije que no, entonces me la cantó en mayo. Este es uno de los momentos más memorables en mi niñez. Tiempo después, en una fiesta en el campo donde había música en vivo, mi padre quiso complacerme con una canción. "La flor de capomo", pedí, y mi padre sonrió extrañado y orgulloso a la vez. Desde entonces, para él esa es mi canción. Sí, esa es mi canción. Nunca he visto una flor de capomo. Queda poca gente que la ha visto. La flor de capomo crece en los ríos. Y ahora el río yaqui y mayo ya están secos, por lo que la flor de capomo es ya casi mítica. La raíz es muy extensa y con muchos tentáculos. Es como un estropajo estirable que se clava muy superficialmente en la tierra. El t...

Warhol 2012-2024

Llegó siendo una bolita albina, con un pelaje tan suave que parecía lanugo. Mariana decidió llamarle Warhol. Le gustaba estar en las escaleras de entrada a la casa para tomar el sol. Quienes pasaban nunca entendían su nombre y le inventaban otros: pelusa, bolita, motita. Era imposible verlo y seguir de largo. Él nunca llegó para seguir de largo. Llegó en la adolescencia de Mariana para ser esa criatura a quien abrazar en la soledad, en el miedo, el desconcierto, la confusión, el desarraigo. Era un diente de león suave y frágil que se metía abajo de su cama. En esa recámara tan blanca como él. En esa página nueva tan blanca como él. Fue paciente en el año que Mariana que estuvo en el extranjero. Y entonces se convirtió en la mascota de toda la familia. Siempre presto a correr escaleras arriba, escaleras abajo; a girar sobre su eje como un derviche cuando se emocionaba. Nunca se fue de largo. Tampoco cuando se mudó con Mariana a su pequeño departamento en el jardín. Ese fue el r...