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Antares, 30 años y hoy



Conocí a Antares en 1989, en la casa familiar de Adriana Castaños. Yo tenía 18 años, y para mí la reciente migración de Cajeme a Hermosillo era un enorme paso que, descubrí esa tarde-noche, nada se comparaba con el trasiego de la compañía entre el entonces D.F. y la capital de Sonora.
Ellos preparaban La hermana bizca, así que la sala estaba llena de libros sobre Remedios Varo, y la reunión de investigación se convirtió en una tertulia sobre arte, sobre el quehacer, sobre la logística de una compañía.
Con el tiempo me he dado cuenta que esa tarde que penetró efervescente a la noche, fue una de las experiencias que más marcó mi camino vital.
Vi a artistas que investigaban, leían, discutían con sentido del humor, agudeza e inteligencia; artistas que no se cerraban a su disciplina.
Conocí la decisión de pasar la mitad del año en Hermosillo en el tiempo de creación, para tener más tiempo y concentración, lejos del ambiente dancístico del centro, y de la vasta oferta cultural del D.F,; lejos del tráfico y de los larguísimos trayectos.
Conocí a una compañía de Hermosillo, que no se conformaba con los límites del desierto, sino que veían el horizonte nacional, e iban por más.
Recuerdo que esa noche terminamos jugando al Cadáver Exquisito y el entonces pequeño hijo de Adriana estaba maravillado con la palabra "espuma". También tengo memoria de Miguel Mancillas, acucioso y divertido, preguntarme: ¿Y tú no hablas?
Yo en esa época no hablaba. No tenía nada que decir ante un mundo que descubría. Tampoco me daba cuenta de que no hablaba, porque mi mente decía tantas cosas, conectaba tanta información; el aprendizaje me desbordaba hasta la mudez.
La relación con Antares siguió por amistad, porque editaba una revista (Mucho Gusto) en cuyo consejo editorial estaba Adriana Castaños, trabajaba con Alberto Herrera (su entonces fotógrafo de cabecera), los tuve en la portada de la revista, tuve mucha cercanía por amigos comunes y afinidad generacional con Elsa Verdugo. Fueron parte de mi vida recién llegada a Hermosillo.
Esta noche, casi 30 años después, he visto a Miguel Mancillas. Antares se ha presentado en la Sala Miguel Covarrubias de la UNAM, y fue como volver a estar en aquella sala familiar con Miguel, y no. Han pasado muchos años, el enorme talento y fuerza de Antares se multiplicó en varios proyectos (Adriana con La Lágrima, Miguel con Antares, David Barrón con su Esta pasión en la que participa Elsa Verdugo).
Hoy, casi 30 años después, puedo decirles a aquel Antares y a este Antares, que la marca que me dejaron en aquellos años fue una impronta que me ha acompañado.
Gracias a ellos el desierto no fue para mí el límite ni el lugar cómodo donde quedarme; me inyectaron la ambición de ir más allá, de probarme en otros espacios, otras fronteras mentales o geográficas.
Gracias a ellos entendí que una obra no nace espontánea o por genialidad; nace porque tienes disciplina, investigas, te adentras, analizas, activas tu pensamiento crítico, y luego eso lo conviertes en una obra.
Gracias a ellos aprendí a no conformarme, a no limitarme, a no buscar el lugar cómodo para el aplauso.
Y gracias a ellos pude escribir Abluciones (parte de mi tríptico Llama, Libros del Umbral: 2008), y ahora lo comparto.
La hermana bizca (1989) ha sido de las obras dancísticas más memorables que he visto en mi vida. Luego poco después vino A invierno por Heliópolis (1990); entonces mi madre murió.
Entré en una sequía literaria de la cual no podía salir. Quería escribir sobre su muerte, necesitaba escribir. Pero la experiencia no pasaba por la vía verbal. Pensé en el trabajo que había visto de Antares. En cómo el movimiento, el gesto, el cuerpo mismo podía expresar en un ínfimo segundo aquello que no cabía en un tonel de palabras. Entonces quise experimentar. Hice el índice de los poemas que quería escribir, retomando sueños y mojoneras de la enfermedad, muerte y duelo. Y elegí música que me acercara al ánimo y emoción de aquel motivo. Grabé un cassette con el loop de la pieza elegida para cada poema, y me dejé llevar por le movimiento. Cada poema es un movimiento, es una expresión corporal de una experiencia espiritual sobre la enfermedad, la muerte, la rendición, el milagro, la voluntad, la gracia, la fe, la muerte, una y otra vez la muerte.
Haber visto a Antares y a sus entonces intérpretes me enseñó que el movimiento, un lenguaje pre verbal, puede ayudar a explorar en la conciencia verbal, la conciencia que se articula en lenguaje, como una vía de expresión que se libera y desvanece para reconfigurarse en palabra.
Ahora que trabajo cerca de bailarines, cerca de la danza, siento que hay un círculo que me aúpa a un nuevo círculo de la espiral que es la vida.
Si entendí mucho sobre lo que es el arte, la disciplina, la ambición creativa e interna, la articulación del lenguaje desde un estado preverbal, fue gracias a la danza; hoy la vida me vuelve a colocar en esa sala donde conocí a Antares, pero con otros invitados, con otros protagonistas. En gran medida sigo siendo esa muchachita de 18 años azorada y enmudecida. En otro sentido, soy una mujer que he andado ese camino y necesito retomar una brújula fuera de atajos.
Haber visto esta noche a Antares, haber abrazado a Miguel en el backstage, fue un abrazo con ese camino. Ese camino que ellos allanaron en mi horizonte. Es cuestión de volver a guiarme por el Norte.

*Diseño de portada: Mario Rentería.
Fotografía: Alberto Herrera

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