Hace 35 años te vimos por última vez. Ese 28 de febrero es un tiempo que se suspendió: tu tiempo, tu edad. Desde entonces te siento aquí, como entonces: un chico de 21 años, con alma de viejo, alma de loco como te decías a ti mismo, con el humor tan cambiante, intenso, con tus tormentas internas que apenas avistábamos pero nunca compartiste. Sigues siendo el hermano mayor, aunque ahora sea mucho mayor que tú en tu último día. ¿Y por qué no sería así? Todavía levanto la cabeza para verte.
Alicia, la novia de mi hermano Martín , me invitó a montar. A pelo. Sin silla de montar. Yo era niña. Tenía quizá 10 años. Anduvimos por el monte, lleno de brizna seca, con el sol muy bajo y naranja. En el silencio montaraz, ella me cantaba "La flor de capomo", ¿la conoces?, me preguntó. Le dije que no, entonces me la cantó en mayo. Este es uno de los momentos más memorables en mi niñez. Tiempo después, en una fiesta en el campo donde había música en vivo, mi padre quiso complacerme con una canción. "La flor de capomo", pedí, y mi padre sonrió extrañado y orgulloso a la vez. Desde entonces, para él esa es mi canción. Sí, esa es mi canción. Nunca he visto una flor de capomo. Queda poca gente que la ha visto. La flor de capomo crece en los ríos. Y ahora el río yaqui y mayo ya están secos, por lo que la flor de capomo es ya casi mítica. La raíz es muy extensa y con muchos tentáculos. Es como un estropajo estirable que se clava muy superficialmente en la tierra. El t...

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