Fernando se fue. Como si conociera la puerta clave que une a todos los mundos; como si la trascendencia a otras formas de vida fuera algo tan simple como caminar en la playa. Como si conociera la contraseña secreta que nos es vedada, la puerta que nos es invisible.
Un segundo, y él cruzó ese puente que desconocemos.
Mi amigo por más de 30 años se fue. Maestro de taichi, naturista, médico alternativo, esposo de una de mis mejores amigas, padre de dos jóvenes extraordinarios que he visto crecer desde el vientre de su madre, amigo presente, hombre de pocas palabras y vastos conocimientos.
Un médico que consagraba tiempo a actualizarse, leer, estudiar, investigar. Así iba uniendo conocimientos ancestrales de China, India, indígenas, con nuevas tecnologías y técnicas; aprendizajes sobre el cuerpo, la mente, el espíritu; la ciencia y el chamanismo, la biología y la energía.
En su acercamiento a sus pacientes todo eso se mezclaba. Sabía que todo estaba conectado, que todo en el ser vivo cobraba sentido, que las emociones impactaban en el cuerpo, que el cuerpo era la memoria tangible de una historia.
Fernando hablaba hacia adentro, con una voz que iba al interior. Hablaba poco. Compartía mucho. Sin pretensiones ni soberbia. Tenía un sentido del humor simple y a veces torcido. Abierto a conocer, a lo que compartieras.
Si tenías amistad con Fernando, la tenías con Karin, su compañera de vida; si tu amiga era Karin, Fernando terminaba siendo tu amigo. Eran una pareja que acogía, acompañaba, compartía. Y estoy segura de que. en gran parte, eso seguirá sucediendo.
Sé que en Kino, ese hermoso lugar donde Fernando vivió este plano por última vez, siempre estará, caminando en la playa, subiendo y bajando los cerros, contemplando sus cielos encendidos; sé que Fernando estará en el desierto y en la serranía; en la terraza de su casa, donde me enseñó taichi, donde charlamos, cantamos y reímos tanto; en la voz de Simon, en las facciones de Kristina, en el amor de Karin quien se supo amada y admirada por él y supo compartirse a las amistades de su compañero.
Tenías que irte así, Fer, sin sufrir, pleno de vida, envolviéndonos en el misterio de la existencia, porque aun cuando no tenemos respuestas, nos haces entender más el sentido de ella, en su fugacidad y eternidad, en la simpleza y pequeñez y en su inmensidad y trascendencia a la vez.
Adiós y hasta siempre, amigo querido. No dejaré de abrazar nunca a tu familia y a la vida.
Alicia, la novia de mi hermano Martín , me invitó a montar. A pelo. Sin silla de montar. Yo era niña. Tenía quizá 10 años. Anduvimos por el monte, lleno de brizna seca, con el sol muy bajo y naranja. En el silencio montaraz, ella me cantaba "La flor de capomo", ¿la conoces?, me preguntó. Le dije que no, entonces me la cantó en mayo. Este es uno de los momentos más memorables en mi niñez. Tiempo después, en una fiesta en el campo donde había música en vivo, mi padre quiso complacerme con una canción. "La flor de capomo", pedí, y mi padre sonrió extrañado y orgulloso a la vez. Desde entonces, para él esa es mi canción. Sí, esa es mi canción. Nunca he visto una flor de capomo. Queda poca gente que la ha visto. La flor de capomo crece en los ríos. Y ahora el río yaqui y mayo ya están secos, por lo que la flor de capomo es ya casi mítica. La raíz es muy extensa y con muchos tentáculos. Es como un estropajo estirable que se clava muy superficialmente en la tierra. El t...

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