Estos días convaleciendo, han sido días de Ana. De ver sus manos morenas, venosas, gruesas, desprovistas de los anillos de oro que siempre deja a un lado del lavaplatos en cuanto llega.
Han sido días de escuchar la radio popular: el noticiero gritón y contestatario de Juana María, el noticiero policiaco de doña Paquita (cuya cortinilla dice: "¡Ya, doña Paquita! ¡Ya párele!"); las canciones gruperas, rancheras y los narcocorridos en La Poderosa, La Kaliente, La Comadre.
Han sido días de escuchar sus dichos tan peculiares: “A mí me importa una pura y dos con sal”, “Me disculpa la cara si me equivoco cuando le digo que...”; su defensas precursoramente feministas: “¿Y por qué me quieres agarrar a huevo? Me voy a acostar contigo cuando a mí se me antoje, no cuando tú quieras”, “¡Ponme la mano encima, cabrón, y te echo la olla de frijoles hirviendo encima!“.
Han sido días de descubrir su ternura detrás de esa voz gruesa y golpeada que siempre parece estar enojada; días de planearme desayunos de antojos que no puedo prepararme en el día a día: chilaquiles, hot cakes, molletes.
Han sido mañanas de desayunar juntas, de escuchar las tristezas de su niñez huérfana y maltratada, las coqueterías llenas de libertad en su juventud; las historias extravagantes de las familias multiculturales a las que sirvió en Estados Unidos (la mujer sin un pecho que la recibía desnuda, la anciana oriental que tenía una enorme vitrina con antigüedades chinas cubiertas de polvo y de la prohibición mortal de tocar); los amores más o menos épicos con los tres padres de sus tres hijos; sus aventuras eróticas con un albañil en el hospital del DIF a medio construir, sin ventanas ni pisos; la amistad entregada y generosa con sus comadres; su miedo a la soledad.
Fueron días de conocer los asuntos que dirime con sus amigos y parientes por teléfono: "¿No supo que golpearon al Tobei? Así andaría de briago, ya conoce lo buscapleitos que es. Dice que él no hizo nada, puede ser, pero no lo conociera uno. Vale más que vaya a verlo; ¿qué tal que esté muy golpeado? Dicen que sí, pero está en su casa. ¿No andará en malos negocios, oiga? ¿No andará drogo? ¿No le estará entrando al foco?"
Días de saber que mientras ella se encarga de mi hija cuando no va a la escuela y yo trabajo, no hay nadie que cuide a su hijo adolescente y a su pequeño nieto: “¿Ya te levantaste, Toño? Ándale pues, vete a inscribir a la escuela. ¿Te dejó dinero la Karina? Y ahora métele ganas, guacho; ya quiero que este año termines la secundaria, y nada de que me llegue el aviso de un solo reporte, porque te saco de la escuela y te pongo a trabajar, ¡mantenido!”, “¿Qué pasó, Karina? ¿Andas trabajando en Peñasco? ¿Y te están pagando todo? ¿Te despediste del niño antes de irte? ¿Llevaste la tarjeta de salubridad? ¿Te vale la de Hermosillo pa Peñasco?"
Días en que hablamos de Carmen Campuzano, la Ana Bárbara, Andrés Puentes, Kate del Castillo y el Bichir, como si fueran vecinos escandalosos que permean nuestras paredes con sus chismes.
Han sido días de reconocer la confianza y complicidad de estos 10 años de conocernos. Lo veo en su silencio sensible mientras me ayuda con los vendajes; lo siento cuando da vueltas la venda en mi torso y recuerdo todas las vueltas en mi vida que ha atestiguado: un embarazo, un parto, una partida al extranjero por dos años, un regreso que hacía todo tan diferente, una separación luego de sus vacaciones (y la advertencia de mi parte después de que pasaran casi 15 días sin que su discreción y suspicacia se dieran cuenta), el desarrollo de un hogar habitado por sólo mujeres.
Han sido días donde toman sentido estos cinco años en los que ella se ha convertido en mi mano derecha y también en mi izquierda; días en que descubro qué sucede cuando me voy al trabajo viendo algo roto y regreso viéndolo remendado.
Días en que hablamos de la salud de las mujeres ("A mí el pap me toca cada agosto", "A mí cada septiembre"), de hablar de mamografías, de las amigas que no se revisan por miedo al diagnóstico, de sus dos hermanas muertas a golpes por los maridos, de su hermano sordo mudo que vive con ella, del primer marido que aún le ruega amores ("Quizá cuando sea vieja, mis hijos se hayan ido, no pueda trabajar y me mate la soledad").
Días de valorar sus manos mágicas sobre los muebles y las verduras y las plantas; sobre las ropas, las camas, las vajillas y los pisos; sobre mi torso envuelto en vendajes; sus manos milagrosas sobre mi vida y la de mi hija.
Han sido días de escuchar la radio popular: el noticiero gritón y contestatario de Juana María, el noticiero policiaco de doña Paquita (cuya cortinilla dice: "¡Ya, doña Paquita! ¡Ya párele!"); las canciones gruperas, rancheras y los narcocorridos en La Poderosa, La Kaliente, La Comadre.
Han sido días de escuchar sus dichos tan peculiares: “A mí me importa una pura y dos con sal”, “Me disculpa la cara si me equivoco cuando le digo que...”; su defensas precursoramente feministas: “¿Y por qué me quieres agarrar a huevo? Me voy a acostar contigo cuando a mí se me antoje, no cuando tú quieras”, “¡Ponme la mano encima, cabrón, y te echo la olla de frijoles hirviendo encima!“.
Han sido días de descubrir su ternura detrás de esa voz gruesa y golpeada que siempre parece estar enojada; días de planearme desayunos de antojos que no puedo prepararme en el día a día: chilaquiles, hot cakes, molletes.
Han sido mañanas de desayunar juntas, de escuchar las tristezas de su niñez huérfana y maltratada, las coqueterías llenas de libertad en su juventud; las historias extravagantes de las familias multiculturales a las que sirvió en Estados Unidos (la mujer sin un pecho que la recibía desnuda, la anciana oriental que tenía una enorme vitrina con antigüedades chinas cubiertas de polvo y de la prohibición mortal de tocar); los amores más o menos épicos con los tres padres de sus tres hijos; sus aventuras eróticas con un albañil en el hospital del DIF a medio construir, sin ventanas ni pisos; la amistad entregada y generosa con sus comadres; su miedo a la soledad.
Fueron días de conocer los asuntos que dirime con sus amigos y parientes por teléfono: "¿No supo que golpearon al Tobei? Así andaría de briago, ya conoce lo buscapleitos que es. Dice que él no hizo nada, puede ser, pero no lo conociera uno. Vale más que vaya a verlo; ¿qué tal que esté muy golpeado? Dicen que sí, pero está en su casa. ¿No andará en malos negocios, oiga? ¿No andará drogo? ¿No le estará entrando al foco?"
Días de saber que mientras ella se encarga de mi hija cuando no va a la escuela y yo trabajo, no hay nadie que cuide a su hijo adolescente y a su pequeño nieto: “¿Ya te levantaste, Toño? Ándale pues, vete a inscribir a la escuela. ¿Te dejó dinero la Karina? Y ahora métele ganas, guacho; ya quiero que este año termines la secundaria, y nada de que me llegue el aviso de un solo reporte, porque te saco de la escuela y te pongo a trabajar, ¡mantenido!”, “¿Qué pasó, Karina? ¿Andas trabajando en Peñasco? ¿Y te están pagando todo? ¿Te despediste del niño antes de irte? ¿Llevaste la tarjeta de salubridad? ¿Te vale la de Hermosillo pa Peñasco?"
Días en que hablamos de Carmen Campuzano, la Ana Bárbara, Andrés Puentes, Kate del Castillo y el Bichir, como si fueran vecinos escandalosos que permean nuestras paredes con sus chismes.
Han sido días de reconocer la confianza y complicidad de estos 10 años de conocernos. Lo veo en su silencio sensible mientras me ayuda con los vendajes; lo siento cuando da vueltas la venda en mi torso y recuerdo todas las vueltas en mi vida que ha atestiguado: un embarazo, un parto, una partida al extranjero por dos años, un regreso que hacía todo tan diferente, una separación luego de sus vacaciones (y la advertencia de mi parte después de que pasaran casi 15 días sin que su discreción y suspicacia se dieran cuenta), el desarrollo de un hogar habitado por sólo mujeres.
Han sido días donde toman sentido estos cinco años en los que ella se ha convertido en mi mano derecha y también en mi izquierda; días en que descubro qué sucede cuando me voy al trabajo viendo algo roto y regreso viéndolo remendado.
Días en que hablamos de la salud de las mujeres ("A mí el pap me toca cada agosto", "A mí cada septiembre"), de hablar de mamografías, de las amigas que no se revisan por miedo al diagnóstico, de sus dos hermanas muertas a golpes por los maridos, de su hermano sordo mudo que vive con ella, del primer marido que aún le ruega amores ("Quizá cuando sea vieja, mis hijos se hayan ido, no pueda trabajar y me mate la soledad").
Días de valorar sus manos mágicas sobre los muebles y las verduras y las plantas; sobre las ropas, las camas, las vajillas y los pisos; sobre mi torso envuelto en vendajes; sus manos milagrosas sobre mi vida y la de mi hija.
Comentarios
Todo ha salido bien, y hoy he celebrado con tinto a medio día, y un par de heineken por la noche.
Me gusta que hables de las personas cercanas a ti porque así las acercas a nosotros, aproximas a nuestras vidas algo que enciende nuestras nostalgias y melancolías.
Quizá con el tiempo, cuando mi vida sea otra, cuando una inimaginable morada me sea permanente, tenga a una Ana conmigo, remendando lo que rompo sin querer.
Saludos.
Guido.
Ahora bien, las blogsales... he pensado en escribir sobre esta nueva invasión de vendedores... pero ya me imagino que luego no nos los quitaremos de encima. Habrá que ignorarlos (y por supuesto nocomprarles nada).
abrazo fuerte
Que tengas dìas maravillosos.
Si veo otro comercial de esos creo que gritaré..... jajaja
Es la primera vez que paso por este nido pero me ha agradado encontrar más gente de Hermosillo en los blogs y prometo volver.
También me di cuenta que te estás recuperando parece ser que de una operación, sigue adelante con ese buen ánimo.