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Tengo el buen recuerdo de una reseña que hicieron a Cuenta regresiva, mi primer poemario, de la que guardo un afecto especial.
Primero, porque era esa época cuando en Sonora se escribía más poesía, había un vigoroso suplemento cultural y había críticos de poesía. Cuenta regresiva ha sido más reseñado que cualquier otro libro mío.
Segundo, porque la reseña crítica la hizo una de las mujeres que pasó por Hermosillo y dejó una huella profunda y silenciosa en muchas personas que la conocimos: excelente poeta, discreta conversadora, lectora acuciosa. Margarita Aguilar.
Tercero, porque hizo una lectura de Cuenta regresiva muy propia y a la vez muy apegada a mi intención.
Era yo una muchachita de 18 años, que acababa de salir de una agorafobia trepidante, y cuyas palabras estaban sepultadas en esa introspección invisible y muda de tan profunda. No me quedaba más que poner palabras en mis sensaciones, en mis paisajes internos, en mis inquietudes, en mis sombras, en mis silencios. Para mí ese poemario era más una danza que una poesía, era más un sonido que una explicación, era más una sensación que una razón.
Y Margarita Aguilar pudo percibirlo. La reseña se publicó en esos años en que los periódicos amarillean y no están digitalizados en la red. Guardo el recorte, sí, cada vez más delgado y amarillo. Así que me dio mucho gusto enterarme de esta reproducción clara, disponible, limpia. Y encontrarme con Margarita Aguilar, a través de su blog. Sí, se le extraña.
Primero, porque era esa época cuando en Sonora se escribía más poesía, había un vigoroso suplemento cultural y había críticos de poesía. Cuenta regresiva ha sido más reseñado que cualquier otro libro mío.
Segundo, porque la reseña crítica la hizo una de las mujeres que pasó por Hermosillo y dejó una huella profunda y silenciosa en muchas personas que la conocimos: excelente poeta, discreta conversadora, lectora acuciosa. Margarita Aguilar.
Tercero, porque hizo una lectura de Cuenta regresiva muy propia y a la vez muy apegada a mi intención.
Era yo una muchachita de 18 años, que acababa de salir de una agorafobia trepidante, y cuyas palabras estaban sepultadas en esa introspección invisible y muda de tan profunda. No me quedaba más que poner palabras en mis sensaciones, en mis paisajes internos, en mis inquietudes, en mis sombras, en mis silencios. Para mí ese poemario era más una danza que una poesía, era más un sonido que una explicación, era más una sensación que una razón.
Y Margarita Aguilar pudo percibirlo. La reseña se publicó en esos años en que los periódicos amarillean y no están digitalizados en la red. Guardo el recorte, sí, cada vez más delgado y amarillo. Así que me dio mucho gusto enterarme de esta reproducción clara, disponible, limpia. Y encontrarme con Margarita Aguilar, a través de su blog. Sí, se le extraña.
*Cuenta regresiva (Instituto Sonorense de Cultura, 1992)
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