
El primer trabajo remunerado que tuve fue en la Asociación Sonorense de Artistas Plásticos (ASAP). Editaba un par de revistas (una para pintores y otra para fotógrafos, antes de la era digital, que no hace necesaria esta división) y me encargaba de las relaciones públicas de los agremiados.
Ahí traté a Helga Krebbs. Y me prendó: ese aire taciturno de los artistas entonces no iba con ella; era una mujer alegre, vivaz, desenfadada, aguda.
Helga y yo nos cruzábamos en los eventos, afuera de su casa (por donde pasaba yo todos los días); y seguimos en contacto por mucho tiempo, porque seguí editando revistas y ella era infaltable.
Y aunque nos haga mucha falta, seguirá siendo infaltable. Helga Krebs nos trajo a Sonora una mirada no regional, no ligada a la tierra ni a la cultura. Nos trajo una visión universal, atemporal, onírica. Una voz propia, irónica. Y la amistad generosa, siempre puertas abiertas.
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