
Un foco rojo se me encendió ayer sobre mi novela. Siempre he basado el ritmo de la narración en el desarrollo de los personajes. Es su cronología y proceso lo que marca el timing. La necesidad de acelerar ese ritmo y por la naturaleza de la historia misma, tengo que recargar la acción en los acontecimientos externos de mis personajes. Ahora son estos hechos los que llevan la velocidad.
Pero temo por mis personajes.
Ya lo había escrito en esta bitácora sobre mi anterior novela: el peligro de los personajes. Y ahora me viene esta entrada a la memoria. Tengo miedo de que los acontecimientos arropen a mis personajes de tal manera que no sean tan visibles. Y son los personajes los que llevan al lector de la mano por sus historias, son los personajes la puerta de entrada al mundo interior del libro. Si el lector quiere acompañar a los personajes, seguirá leyendo, si no hay suficiente seducción, el lector se queda en el umbral y cierra la puerta ante sí para no volverla a abrir.
Pero además los personajes tienes ese mismo impacto ante quien escribe. Son los personajes los que toman al narrador por las solapas y lo arrastran hacia sus vidas. Uno cuenta lo que ellos nos hacen ver. Y cuando los personajes no tienen vida completa y propia, simplemente se detienen, no quieren avanzar, nos retan hasta que terminamos de inyectarle sangre, de introducirles vísceras, de desarrollarles músculos y facciones. Si no es así, quienes escribimos nos hundimos en la desazón de la escritura; y si reaccionamos a tiempo, nos arrojamos junto con los personajes al torrente de la historia. De su historia.
Es cuando la escritura fluye. Es cuando escribir tiene sentido.
Comentarios
Gracias por esa temática que he seguido durante este tiempo que nos conocemos.
¡Saludos, Coyote!